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Fanny y Alexander

Drama La historia está ambientada en 1907, en Uppsala, Suecia, y se centra en los Ekdahls, la familia del joven Alexander y su hermana Fanny. Los padres se dedican al teatro y son felices, hasta que el padre muere de forma repentina. Al poco tiempo, la madre decide casarse con un líder religioso conservador, una decisión que cambiará sus vidas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 90
Críticas ordenadas por utilidad
25 de septiembre de 2022
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La había visto dos veces hace, al menos, treinta años. Volverla a ver ha sido paladear lo no degustado suficiente. Se puede destacar todo, la ambientación, el color, los encuadres, la historia, la psicología de los personales, las costumbres de otros tiempo, la psicopatía…... Tiene tantos frentes que es difícil que no te cautive por alguno… o por todos.
la gallina Pula
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21 de abril de 2024
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Fanny y Alexander (Fanny och Alexander, 1983), de Ingmar Bergman, comienza con un plano de Alexander (Bertil Guve) jugando con la miniatura de un escenario teatral (y recorriendo las estancias vacías de la casa, como un fantasma en su propia realidad; la realidad y sus velos, como cuando es encuadrado mirando al afuera a través de la ventana; realidad difusa, realidad escurridiza), y finaliza con Alexander, en el regazo de su abuela, Helena (Gunn Wallgren), escuchando leer a ésta unas frases de El sueño, de August Strindberg: 'Todo puede suceder, Todo es posible y probable. Tiempo y espacio no existen. En un fino armazón de realidad, la imaginación gira, creando otros patrones'. La realidad como escenario, como lo es la mente. La realidad se conjuga entre el afuera y las tramas de la mente, las expectativas y proyecciones, las inferencias que buscan ajustar la realidad a un modelo, los miedos y las frustraciones, las contradicciones y deseos. Los límites de lo real se difuminan, como en los sueños. Ser o no ser. Identidad y cuerpo, rituales, gritos, susurros y silencios. Marionetas, personajes, y carne que se duele, carne que se degenera, carne que exuda y tiembla, carne que se agita en sensaciones y pulsiones. Rostros que son máscaras, múltiples máscaras o quizás sólo una que si se arrancara extraería la carne con ella. Somos actores y personajes. Somos una sucesión que papeles que interpretamos (somos la hija, la madre, la esposa, la abuela, y somos según nuestra labor y nuestra posición, entre otros personajes para los otros o incluso para nosotros mismos según cómo interiorizamos esa identidad o función) y somos mejores o peores actores según nos ajustemos a un papel.

La obra se abre con un ritual, el de una celebración, la cena de navidad, en el hogar de Helena (Gunn Wallgren). La cristiandad colorida, exuberante, epicúrea, pagana; la que acepta la diversidad, como Helena invita a su mejor amigo, el judío Isak (Erland Josephson), cómplice con quien comparte sus intimidades, su fragilidad al sentir como ya se acerca el fin de una vida. En este escenario confluyen buena parte de los principales personajes. Uno de los tres hijos de Helena, Gustav Adolf (Jarl Kulle), hombre de negocios de éxito, vive ajustado a su rol de hombre al que se permite sus devaneos con otras mujeres, dando rienda suelta a su vivaz epicureísmo, porque lo considera impulso incontrolable (y en el que no deja de haber cierto afán de afirmación); una virilidad simple, risueña, casi infantil. De algún modo se ajusta a un personaje social instituido (las prebendas del hombre). Su esposa lo acepta de acuerdo a esa convención instituida, y porque lo contrarresta que sea hombre tan generoso; aunque le disguste, como refleja, aun sonriendo, su bofetada a la nueva amante, Maj (Pernilla August), la criada que cuida de los niños; las formas sociales como sonrisas que camuflan las contorsiones de las disconformidades. El segundo hijo, Carl, es el hombre frustrado, aquel que no ha encontrado su lugar en el mundo, que se siente fracasado, en la periferia del escenario. La liviandad irresponsable del primero se contrasta con la dolorosa gravedad del segundo. Bergman lo refleja en dos secuencias consecutivas, aquella en que Gustav Adolf vive una noche de amor con la criada (con elementos cómicos que apuntan a su irrisoriedad, como la cama desmoronándose en pleno trance sexual o su pronta eyaculación) y aquella en la que Carl expresa todo el desgarro de su desolación vital con su esposa, entre reproches, lamentos y espasmos de furia.

El tercer hijo es Oscar, el padre de Fanny y Alexander, actor teatral. A través de él Bergman explicita esa frágil línea entre lo real y el escenario, entre el ser y el no ser, una realidad difusa en sus límites. Oscar interpreta en la obra al fantasma del padre de Hamlet. Durante uno de sus ensayos es cuando se sentirá indispuesto. Tras fallecer se aparecerá en repetidas ocasiones, como fantasma, a su hijo, pero también a su madre, cuando solicita su ayuda para que los rescate de la pesarosa circunstancia que viven con su padrastro, el obispo Vergerus (Jan Malsmjo), con el que se ha casado Emilie (Ewa Fraulin), de algún modo para cauterizar su dolor por la perdida de Oscar (cuya muerte grita con desgarrada desolación la noche de su muerte; tan obscena, en cuanto descarnada, en la representación del dolor como es la de la desesperación de Carl). El hogar de Vergerus se contrapone al del prestamista judío, amigo de Helena, Isak (Erland Josephson). El primero es un espacio despojado, ascético, que refleja el fracaso de un ansia de transcendencia en la supresión de lo accesorio; es el cristianismo austero de la privación. Vergerus intenta que la realidad se ajuste a su modelo de realidad, y su fracaso lo convierte en un personaje trágico.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
cinedesolaris
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31 de julio de 2012
3 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Apreciando los valores técnicos y artísticos de esta película, hay que empezar diciendo que Fanny y Alexander es aburrídisima y que sus tres horas de metraje se convierten en una auténtica pesadilla que hay que sobrellevar para poder darse de ves en cuando algún gusto artístico ligado esencialmente a la decoración y la escenografía en general. Este drama familiar sueco ambientado a principios de siglo en los ambientes pudientes de la sociedad sueca de la época, es lento y anodino. Su argumento podría haberse resumido perfectamente en una hora sin perder convicción y reflejando perfectamente todo lo que el director quiere decirnos. Sin embargo, el gran Bergman gusta de recrearse demasiado en su argumentario hasta el punto de ser repetitivo en su ambientación recargada y en su filón dramático lo que resulta soporífero. En honor a la verdad, durante dos horas y veinte minutos las trama no despertó casi ningún interés en mi, y sólo en los cuarenta minutos finales, precisamente cuando Begman se vuelve más surrealista y dinamiza algo la acción despertó algo mis sentidos, pero para entonces ya estaban en fase REM, era demasiado tarde.

Los toques oníricos y sobrenaturales de la película se realizan con tal frialdad que apenas despiertan curiosidad y se toman casi como algo natural en las vidas de los personajes, y no son utilizados como un recurso para despertar la curiosidad del espectador que es precisamente lo que le hace falta a la película.

Y es que Fanny y Alexander se pierde en la presentación de los personajes hay una hora entera en lo que no pasa nada, en la que únicamente se describe un ambiente familiar feliz pero que no sirve para desarrollar la trama en absoluto y esa losa, la lleva la película pegada desde el principio.

La parte buena está en el apartado técnico, el vestuario, el atrezzo, la fotografía y la iluminación son verdaderamente espectaculares, y lo mejor de todo es que tienen sentido narrativo que comunican. El feliz ambiente familiar es rojo, recargado, la fría mansión del padrastro-obispo es blanquecina, austera y rígida, y la casa del amigo judio es también recargada, pero mágica y llena de ensoñaciones (espectacular la sala con las marionetas, es todo un lujo).

Sus diálogos a veces son maravillosos, llenos de metafísica de aguijones para la mente, pero al igual que en el resto de la película, se abusa de ello, y hay muchos monólogos terriblemente largos que necesitan de un buen botón de off.

Lo bueno, si breve, dos veces bueno.

http://palomitasconchoco.wordpress.com
Palomitasconchoco
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20 de mayo de 2013
1 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
El principio es bastante tostón, y tuve que recurrir a la wikipedia para saber que estaba viendo, y a partir de ahí me comenzó a interesar (siempre de la mano de la wikipedia para no perderme). No es que fuera complicado, pero creo que como esto fue una serie de tv de 4 episodios y luego lo convirtió en una película, quizás algunos cortes están mal hechos.

Hay uno que me está dando vueltas la cabeza, y es cuando el judío va a casa de los niños y los mete en el baúl para sacarlos de la casa, el obispo se da cuenta del truco y sube rápido a ver si los niños están arriba. Y ahí estaban, pero los niños realmente escaparon dentro del baúl. Entonces no entiendo.

La historia muy interesante, pero para que dure 3 horas, veo muy poco profundo en los personajes. Es decir, la esposa pasa del amor absoluto al odio en un segundo dentro de la película. Solo hay un intermedio cuando en la cena discuten. No se ve un progreso.

Estas cosas a mí me matan, no veo evolución, si no que de repente te lo muestra y listos. Pero la historia está muy chula, porque además no sabes si Alexander es el paranóico.

Me sobra las aventuras del familiar que es un poco paranoico y se acuesta con toda mujer viviente...
edugrn
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2 de septiembre de 2011
0 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
El abismo se extiende intolerable más allá de nuestra cotidianidad.

Tal vez algo similar quiso decirnos Gustaf Adolf cuando, ebrio de vida, alzó la voz sobre sus familiares e invitados. Sus sonrojados labios no acertaban a dar con las palabras apropiadas, y aunque bien es cierto que era presa del licor, por puro interés nos inclinamos a creer que la causa última de su torpeza se halla agazapada en las sabias limitaciones reptilianas de su proceder, ante el prójimo y ante los acontecimientos.

Tal vez es mucho lo que de él sus dos hermanos envidian. Entre el concurrido público podemos distinguir al menor de ellos. Con él comparte las inquietudes terrenales y, pese a ello, Carl agoniza en vida por carecer de esa inteligencia primaria capaz de cultivar y paladear los pequeños gozos que brinda el día a día. A Oscar tan sólo alcanzaremos a intuirlo en el fondo de la estancia, no sin riesgo de confundir la figura del padre con la del hijo. El primogénito heredó las dotes teatrales de Helena, su madre, un ser, como él, incapaz de ponerse a cubierto de las tempestades de lo desconocido. Ahora, poquito más allá del umbral de los vivos, contempla la escena con la misma impotencia que padeció en vida.

Tal vez Oscar no es más que recuerdo y herencia en los inmensos ojos de Alexander, nuestro objetivo con el que enfocar apenas los pensamientos ya maduros del cineasta. Sobre su superficie traslúcida se reflejan los miedos de un niño que se asoma por vez primera al abismo. Nos hacen partícipes de su rabia hacia lo incomprensible, de su rebeldía estéril como su propia estirpe, y de su huída definitiva a un lugar hecho de ensueños. Su hermana Fanny será su compañera y cancerbera de esa fortaleza imaginaria.

Tal vez Bergman encuentra en estos refugios de cada uno, una respuesta a los misterios que atormentan al ser consciente. La fórmula, aunque endeble, esconde precarios equilibrios dinámicos que fuerzan al individuo a trasmutarse en muchos otros y muy diversos. Se equivocó el obispo, nos dice, pues la única careta que moldeó en vida acabó por comerse su propia carne.

Tal vez Alexander fue sodomizado por su propia sexualidad incipiente; tal vez, tras experimentar el vértigo, aprenda a aislarse mejor del abismo. Tal vez Emilie, y el espectador, quienes tacharon de frívola su convivencia inicial con la familia Ekdahl, aprendan después de todo una valiosa lección.

Tal vez, maestro Bergman, quién sabe lo que nos aguarda tras la tenue frontera.
bixo
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