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Sin amor

Drama Una pareja que atraviesa un divorcio debe aunar fuerzas para encontrar a su hijo, desaparecido tras una de sus peleas. (FILMAFFINITY)
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Críticas 70
Críticas ordenadas por utilidad
4 de febrero de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No si ya lo decía Enrique Jardiel Poncela: «El amor es un microbio»; sobre todo ahora que se acerca el aciago Día de San Valentín.

Mucho antes que el genial dramaturgo español, Platón pontificó sobre el amor en su diálogo El banquete, para lo que hace intervenir a una serie de personas, como muestras estadísticas de determinados segmentos de la sociedad. El panegírico de Fedro, por ejemplo, es la opinión de un grupo selecto de jóvenes que han recibido una educación liberal, que le permite juzgar el amor en su acción moral, desprovisto de toda sensualidad grosera; Pausanías aporta el enfoque de la madurez; Erixímaco habla como médico; Aristófanes, en calidad de poeta bufo, habla del amor entre dos personas como dos medias naranjas que se acoplan mutuamente; y Agatón diserta con los argumentos propios de un poeta laureado. Llega, por fin, el turno a Sócrates, quien en realidad da voz a las ideas de Platón, para lo que se vale del artificio de una supuesta conversación con Diotima, que cumple así la función de maestra del filósofo.

En esencia, y si bien el filósofo ateniense no descarta el coito a pesar de la opinión comúnmente extendida, pero no es éste el momento para detenernos en ello, lo que defiende Platón es un amor que aspire al conocimiento, que es la transcripción etimológica de la palabra «filosofía», y como consecuencia de ello, inmortalidad por la sabiduría.

En fecha mucho más reciente, y sin querer extenderme demasiado, Eric Fromm sostiene en El arte de amar un concepto del amor que consiste en la necesidad y el placer de superar la soledad consustancial del ser humano con otra persona, lo cual a mí me recuerda bastante a la teoría de Aristófanes de las dos medias naranjas, sólo que con un planteamiento más contemporáneo. El filósofo alemán mantiene además que los elementos necesarios para el desarrollo de un amor maduro son el cuidado, la responsabilidad, el respeto y el conocimiento.

Ahora bien, ¿qué es lo que desarrolla Andrey Zvyagintsev en Sin amor (2017), Premio del Jurado en Cannes, entre otros muchos galardones? Pues nada menos que una sociedad sin amor, según anuncia el título. Esa carencia de sentimiento se observa de manera central en la pareja protagonista, es decir, unos padres divorciados, pero podemos observarla por todos lados: dos madres aparecen, además de la recién mencionada que se ha divorciado, y ninguna de ellas transmite la más mínima sensación de la maternidad; el hijo de ese matrimonio que ya ha terminado no evidencia el más mínimo amor filial; la policía desarrolla su trabajo fríamente, sin motivos personales; las actuales parejas del matrimonio finalizado se muestran como frágiles, en el caso de la actual pareja del padre, o demasiado seguro de sí mismo, en caso de la actual relación de la madre, pero de ninguna manera transmiten calor.

Las escenas muchas veces hablan por sí mismas sin necesidad de diálogo y en tal sentido, me parece muy elocuente una en la que la profesora borra la pizarra: el espectador no ha asistido a ninguna clase, nada se imparte luego. Simplemente eso: una profesora borra concienzudamente una pizarra como si ese encerado vacío representara las almas sin contenido.

Además, si en Leviatán (2014) se llevó Zvyagintsev la acción a los extremos del mar de Barents, en Sin amor la vida transcurre en los confines de las afueras de un barrio periférico de una gran ciudad, que probablemente es Moscú, pues así lo declara en un momento dado uno de los personajes, nada hay en este filme que nos recuerde a la estética de la capital rusa. Lo que busca este director son situaciones límite en lugares terminales y lo muestra todo bajo una luz penumbrosa. Son las almas sin luz lo que vemos en esta película.

Y en ese contexto se desencadena el drama que articula el filme: el hijo desaparece, harto ya de las violentas discusiones de sus padres y consciente de que en cuanto el divorcio se materialice, le espera un internado.
Sin embargo, quiero llamar la atención acerca de que el hilo conductor de la película me permite acariciar una de mis teorías más queridas acerca del cine actual y es la subordinación de la acción a los personajes, con excepciones, naturalmente, y ya hemos hablado de Tres anuncios en las afueras (2017), de Martin McDonagh, pero como una tendencia demasiado habitual como para que podamos considerarla una mera casualidad.
Por ello, en Sin amor no asistimos a un melodrama de corte telefilmesco para las sobremesas de los fines de semana; ni se trata de una peli policial: de hecho, no la investigación en sí, de la que no se ve nada, sino que los trabajos de búsqueda los realiza una ONG; ni pretende desarrollar triángulos amorosos; ni profundiza en las causas de los padres para separarse y el impacto emocional de ello para el hijo: si es que todo consiste en la angustiosa falta de amor. Además, el niño que desaparece simboliza, a mi entender, el desvanecimiento del amor. Tan sencillo y tan complejo como eso…, pero que nadie me pregunte cómo acaba la película, que eso es un trabajo personal.

Lo importante, según mi manera de ver el cine de nuestros días, es que un hecho que puede gozar de una gran tensión argumental, dado que puede tratarse de un secuestro, quizá de un asesinato, con todo el juego que eso da para los guionistas con pedigrí, básicamente sirve como un motivo perfecto para plasmar los diferentes caracteres, es decir, unos personajes sin esencia que existen –o coexisten: realmente da igual– en el frío de las almas, autodestruyéndose y destruyendo a los demás ya de paso.

No se puede vivir sin amor, y así se afirma en una determinada secuencia de esta cinta, probablemente el único momento explícito del filme. ¿Podemos abolir el Día de San Valentín? Sin duda. Podemos y debemos. ¿Podemos vivir sin amor? Como que no. Casi que mejor vivir con amor, no necesariamente a otra persona. Amor a algo o a alguien, pero amor.
Fco Javier Rodríguez Barranco
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30 de mayo de 2018
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
No es una película para pasar el rato sin más. Es una película que te hace reflexionar. Hay odio, resentimiento, amargura, frustración, recriminaciones mutuas....
Zhenya y Boris están en medio de un divorcio. Los dos se han embarcado en una nueva vida con otra pareja y esperan con impaciencia el momento en que puedan pasar página, empezar de nuevo, incluso si eso implica abandonar a su hijo Alyosha, de doce años. Porque ni el único nexo de unión que tienen les importa. Lo ven como una carga.

El titulo hace honor a la trama. El matrimonio no es que no se quieran, es que se odian. Se odian sin tener en cuenta las consecuencias con su hijo. Para ellos es un mueble. Lo ignoran completamente. Son dos egoístas compulsivos, dos lisiados emocionales.
El personaje del niño no tiene demasiada presencia en la película, pero es el gran protagonista. Apenas tiene diálogos, pero no le hacen falta: la tristeza de su cara lo dice todo.

Andrey Zvyagintsev nos cuenta esta historia con elegancia, con el ritmo adecuado, acompañado de un guión excelente y de una fotografía magnifica (incluyendo movimientos suaves de cámara). El director nos sumerge también en la Rusia contemporánea. La Rusia de los amigos de Putin, la Rusia descompuesta, sin Estado, y corrupta en la que no hay medios policiales ni para buscar a un niño (las brigadas voluntarias son las grandes protagonistas de la búsqueda).
Es curiosa y paradójica que la primera decisión del niño sea desaparecer para empezar a existir. Que sus padres se den cuenta que durante 12 ha estado ahí y ninguno le ha hecho caso.

Y el frío, la nieve, la religión....también como protagonistas, como metáforas de las relaciones familiares y laborales imperantes(es curiosa la política de empresa donde trabaja él a cerca del estado civil que deben tener sus empleados). El resultado final es una visión casi apocalíptica de la sociedad rusa.

"Sin amor" es una triste historia, pero contada extraordinariamente. Absolutamente recomendable.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
PeteSalinger
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16 de septiembre de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michael Haneke, a día de hoy más un género cinematográfico en sí mismo que un genio imprescindible para entender el cine de nuestro tiempo, tiene ya otro dignísimo sucesor (y no son pocos a estas alturas) en el director ruso Andrey Zvyagintsev. Lo que nos presenta en “Sin amor (Loveless)” es una obra maestra con todas las de la ley y una referencia del cine contemporáneo instantánea, la mejor de su ya de por sí exitosa filmografía, un escarbar en las miserias de nuestra sociedad con ecos expresos y confesos a Haneke por cada rincón de sus exquisitos y aterradores planos fijos, lentos movimientos de cámara (tan gélidos como la climatología moscovita o sus personajes), fueras de campo y mirada despiadada sobre unos protagonistas sin alma ni la más mínima noción de ética exigible a cualquier ser humano.

La película rusa transmite en todo momento un frío helador en todos los sentidos, tanto en el estético de, insisto, soberbios largos planos secuencia y movimientos de cámara lentos y precisos entre nieve (la huella de Haneke es muy alargada en la cinematografía contemporánea), como en el mensaje que transmiten sus personajes: vacío existencial, superficialidad, falta de amor y de empatía, mero afán de progreso social y consumismo.

Zvyagintsev nos narra la historia de un matrimonio que tuvo que casarse en su momento porque ella se quedó embarazada pero que actualmente se odia de forma abismal y obsesiva. Tan solo verse les produce náuseas. El odio entre los cónyuges es atroz y salta de la pantalla hasta incomodar al espectador en unas secuencias iniciales de una violencia psicológica insoportable. Su odio es absoluto, imposible para cualquier otro que no se conozca tan bien como ellos se conocen. Cada uno ha decidido rehacer su vida al margen del otro con sus respectivas nuevas parejas y acaban de iniciar un procedimiento de divorcio, pero hay algo que los une de forma ineludible para su desgracia: su hijo de 12 años, nunca deseado, nunca querido, y un estorbo especialmente en estos momentos complejos, que les obliga a relacionarse cuando más asco se dan y al que no han querido nunca y, en esta tesitura prejudicial, mucho menos.

Los padres no lo desearon serlo nunca, la paternidad/maternidad llegó por mero accidente, se vieron obligados por las circunstancias y, como consecuencia de ello, ese niño jamás fue querido y ahora entra de pleno en la espiral de odio en la que se ha convertido la vida de toda la familia.

El niño sufre lo indecible porque se sabe, no solo no amado, sino odiado por sus padres, único obstáculo entre dos seres que solo pretenden destrozarse el uno al otro sin pudor ni límite alguno, la pieza que les impide olvidarse el uno del otro para siempre. Un buen día el niño desaparece y hay que organizar una búsqueda, para lo que el fallido estado ruso no tiene medios ni ganas.

Con unos resortes formales de director privilegiado, el ruso nos adentra en unos personajes nauseabundos, que no tienen cara A, llenos de sombras, criados en el odio familiar desde siempre (brutal la escena con la abuela materna del niño desaparecido, ciertamente antológica), que solo les importa el progreso social y el estatus económico.

Quizás una parábola sobre la actual y despiadada realidad rusa de nuestros días, que no dispone de medios públicos ni para buscar niños desaparecidos, que tienen que encontrar su oportunidad a través de la desinteresada iniciativa privada asociativa.

Un film gélido, certero, incómodo, insoportable a ratos, con un final pretendidamente desconcertante y magistral, donde se muestra que el vacío existencial y la miseria moral se lleva como una pesada mochila por la vida de la cuna a la tumba. Una absoluta obra maestra que demuestra que Haneke es, como decía ab initio, ya un estilo en sí mismo. Imprescindible.
Sergio Berbel
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29 de marzo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Pero qué antipáticos todos, ella,la madre de ella, él... Se suele decir, para defender este tipo de películas, que es “cine social”. O bien que hay (mucha) gente así. Y quizá la hay (aunque no es lo normal) pero verlas además en una pelÍcula es de bajón.
He estado tentado continuamente de dejar de verla, al ver a esa madre y a ese padre para los que el hijo, el pobre niño, es menos que nada.
La película, de trama muy exigua, se alarga con escenas de sexo que no vienen a cuento.
Pero en lo que queda hay un buen rodaje. En ese sentido sí se deja ver, sobre todo en la segunda parte, y es interesante como muestra del actual cine ruso.
yoparam
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6 de junio de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Drama ruso que cuenta casi sin contar. Una extraordinaria muestra de como transmitir más con las imágenes que con las palabras.

La historia nos muestra una pareja infeliz, en etapa de divorcio, y su hijo de 12 años, el cual está sufriendo todo esto y decide escapar. Por casi dos horas vamos a presenciar la búsqueda de esta criatura.

Con una fotografía deslumbrante, planos secuencias extensos, una paleta fría, casi en grises, el autor realiza su crítica social a una clase media rusa, donde los adultos se manejan con desinterés, por conveniencia. No deja institución por tocar, desde el Estado hasta la familia.

Un film oscuro, tenso, pesimista, de narración visual insinuante, un retrato que pretende denunciar una sociedad desalmada.
Max Musimessi
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