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Voto de Sergio Berbel:
10
Drama Una pareja que atraviesa un divorcio debe aunar fuerzas para encontrar a su hijo, desaparecido tras una de sus peleas. (FILMAFFINITY)
16 de septiembre de 2021
2 de 3 usuarios han encontrado esta crítica útil
Michael Haneke, a día de hoy más un género cinematográfico en sí mismo que un genio imprescindible para entender el cine de nuestro tiempo, tiene ya otro dignísimo sucesor (y no son pocos a estas alturas) en el director ruso Andrey Zvyagintsev. Lo que nos presenta en “Sin amor (Loveless)” es una obra maestra con todas las de la ley y una referencia del cine contemporáneo instantánea, la mejor de su ya de por sí exitosa filmografía, un escarbar en las miserias de nuestra sociedad con ecos expresos y confesos a Haneke por cada rincón de sus exquisitos y aterradores planos fijos, lentos movimientos de cámara (tan gélidos como la climatología moscovita o sus personajes), fueras de campo y mirada despiadada sobre unos protagonistas sin alma ni la más mínima noción de ética exigible a cualquier ser humano.

La película rusa transmite en todo momento un frío helador en todos los sentidos, tanto en el estético de, insisto, soberbios largos planos secuencia y movimientos de cámara lentos y precisos entre nieve (la huella de Haneke es muy alargada en la cinematografía contemporánea), como en el mensaje que transmiten sus personajes: vacío existencial, superficialidad, falta de amor y de empatía, mero afán de progreso social y consumismo.

Zvyagintsev nos narra la historia de un matrimonio que tuvo que casarse en su momento porque ella se quedó embarazada pero que actualmente se odia de forma abismal y obsesiva. Tan solo verse les produce náuseas. El odio entre los cónyuges es atroz y salta de la pantalla hasta incomodar al espectador en unas secuencias iniciales de una violencia psicológica insoportable. Su odio es absoluto, imposible para cualquier otro que no se conozca tan bien como ellos se conocen. Cada uno ha decidido rehacer su vida al margen del otro con sus respectivas nuevas parejas y acaban de iniciar un procedimiento de divorcio, pero hay algo que los une de forma ineludible para su desgracia: su hijo de 12 años, nunca deseado, nunca querido, y un estorbo especialmente en estos momentos complejos, que les obliga a relacionarse cuando más asco se dan y al que no han querido nunca y, en esta tesitura prejudicial, mucho menos.

Los padres no lo desearon serlo nunca, la paternidad/maternidad llegó por mero accidente, se vieron obligados por las circunstancias y, como consecuencia de ello, ese niño jamás fue querido y ahora entra de pleno en la espiral de odio en la que se ha convertido la vida de toda la familia.

El niño sufre lo indecible porque se sabe, no solo no amado, sino odiado por sus padres, único obstáculo entre dos seres que solo pretenden destrozarse el uno al otro sin pudor ni límite alguno, la pieza que les impide olvidarse el uno del otro para siempre. Un buen día el niño desaparece y hay que organizar una búsqueda, para lo que el fallido estado ruso no tiene medios ni ganas.

Con unos resortes formales de director privilegiado, el ruso nos adentra en unos personajes nauseabundos, que no tienen cara A, llenos de sombras, criados en el odio familiar desde siempre (brutal la escena con la abuela materna del niño desaparecido, ciertamente antológica), que solo les importa el progreso social y el estatus económico.

Quizás una parábola sobre la actual y despiadada realidad rusa de nuestros días, que no dispone de medios públicos ni para buscar niños desaparecidos, que tienen que encontrar su oportunidad a través de la desinteresada iniciativa privada asociativa.

Un film gélido, certero, incómodo, insoportable a ratos, con un final pretendidamente desconcertante y magistral, donde se muestra que el vacío existencial y la miseria moral se lleva como una pesada mochila por la vida de la cuna a la tumba. Una absoluta obra maestra que demuestra que Haneke es, como decía ab initio, ya un estilo en sí mismo. Imprescindible.
Sergio Berbel
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