Arde, bruja, arde

Resulta gratificante hallar películas como esta, con un argumento original (tal vez no de una originalidad extrema, pero apropiada), unas buenas interpretaciones, y un ritmo muy ágil y solvente. A posterior me he informado de la filmografía de su director, Sidney Hayers, y parece que no hizo mucho más digno de mención para la gran pantalla. Sí dirigió algún episodio del Gran héroe americano, esa serie que nos divertía a principios de los 80, pero en esa ocasión comparte honores con otros tantos.

Arde, bruja, arde, juega muy bien con diversos elementos del cine de intriga, que se encuentran en sintonía directa con el género de terror, la otra mitad de la historia. Arranca discretamente, pero su ritmo va en crescendo, hasta culminar en una historia oscura y de una sobriedad notable, alejada de efectismos y convencionalismos varios.

"Burn Witch Burn" tiene el título extra de "The Night of the Eagle", pero aunque el segundo es un poco más ajustado a lo que cuenta la película, me permitirán que me quede con su resonante versión hispánica: "Arde, bruja, arde": una deliciosa exhortación que remite a queimadas, aquelarres y otras tantas bacanales demoníacas que tan atractivas resultan cuando no te toca ser marido, cabra o virgen sacrificial.

La bruja que nos ocupa es de un tipo bastante habitual en el cine de género: la bruja ama de casa, descendienta por línea directa de las curanderas y herboristas medievales y por línea indirecta de los amables lares romanos, en su papel de protectora mística que asegura mediante hechizos y talismanes la seguridad del hogar y de la familia. Y aunque no es muy halagador que exista la creencia de que una mujer necesita de ayuda sobrenatural para cuidar de lo suyo, lo cierto es que tampoco molesta esta tradicional asociación de lo femenino con lo mágico y misterioso.

"Arde, bruja, arde" es la bruja burguesa, la bruja maruja. Pero también es la bruja secreta que trafica poderes con los innombrables y que es la bruja que en el fondo, más nos interesa. Sobre todo si su manifestación es tan oculta como su oficio y su sombra va creciendo de menos a más de modo que aunque la película sufra algún desmayo de ritmo, el final (finalazo) garantiza lo más preciado que pueda obtenerse de una película de terror: el escalofrío.

Para garantizar un aquelarre de éxito, no se olviden incluirla en el pack generacional, con "La tía Alejandra" y "Jóvenes y brujas" a ambos lados de la mediana edad de nuestra brujita ama de casa. Si no consiguen invocar a algún ente maligno, no será porque estas señoras no han hecho todo lo posible para atraerlo.

Cojonudísima, una buena historia mezclada con buenas actuaciones y buenísimos efectos especiales para la época.
La película juega con la magia como realidad o ilusión mental, creando un ambiente que engancha muchísimo.
La parte final es de las que se te quedan grabadas...

No se dejen engañar por las texturas televisivas, en buena medida inferidas de la proliferación de planos (muy) cortos y un diseño de producción de factura, en general, bastante barata. Tampoco por su anónimo reparto, encabezado por un Peter Wyngarde cuyo catedrático de sociología remite a un Albert Camus que, en lugar de al existencialismo, se hubiese dedicado a la pornografía. Algo más conocida, pero en los años cuarenta, resulta Janet Blair, supersticiosa y sufrida esposa de la eminencia.
Insisto, libérense de cualquier prejuicio a que —en buena lógica, todo sea dicho— invita el párrafo precedente. Porque «Arde, bruja, arde», empezando por su conminatorio título, es una delicia desquiciada, una declaración de amor al subgénero y un entretenidísimo ejemplo de las posibilidades de la serie B cuando los exiguos medios se aprovechan hasta la raspa. Ayuda, y no poco, contar con el maestro Richard Matheson en el guion, eso también.
«Arde, bruja, arde» arranca como una cachazuda película de «colleges», con las consabidas ínfulas, envidias, bizantinismos y partidas de bridge frente a una chimenea de época Tudor. Pero muy pronto su director, el estajanovista Sidney Hayers, nos sumerge en un «crescendo» alucinado y expresionista, merced a un montaje sincopado, zooms y planos detalle en la estela de «Vértigo (De entre los muertos)» («Vertigo», 1958) y «Psicosis» («Psycho», 1960), con las que no cuesta emparentarla. Pone cáustico punto final a la historia una escena que, por su parte, diríase anticipa la que abrirá nuestra inenarrable «El día de la bestia» (1995).
En fin, estupendo film de terror disponible en Netflix, aunque difícil de encontrar entre la abundante bazofia algorítmica que nutre la parrilla de la plataforma. Razón de más para dedicar un rato a navegar y no quedarse con lo primero que encuentren en su tramposa interfaz. Hay más cosas interesantes de las que uno cree. De nada.

Adoro las cintas como Night of the Demon o esta Arde, Bruja, Arde, que juegan con la fina línea de la paranoia, elescepticismo, la superstición y la conspiranoia, hasta tal punto con incluso viendo lo paranormal bailando frente a nosotros, aun somos capaces de encontrar aspectos logicos en ella.

Por supuesto ayuda que las actuaciones estan mucho más a la altura de lo que una película como esta se suele merecer.

Además se consigue crear una historia oscura e interesante con poca parafernalia y trucaje, lo cual siempre es un más.