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Reencuentro en Marrakesh

Drama Ben, un chico de 17 años (Samuel Schneider), va a pasar las vacaciones de verano con su padre (Ulrich Tukur), un célebre director de teatro que se encuentra en un festival en Marrakech. El lugar le resulta tan extraño como su progenitor, al que apenas ha visto desde que se divorció de su madre. Como la distancia entre ambos va en aumento, Ben se deja arrastrar por el exotismo del país. Así es como se enamora de Karima (Hafsia Herzi) y ... [+]
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
13 de septiembre de 2014
6 de 8 usuarios han encontrado esta crítica útil
Los adolescentes son rebeldes. ¡Pero no imbéciles, por favor! (O al menos no todos). Ya empieza un servidor a estar harto de esos personajes de 17 años del cine, todos enfadados con la vida porque son guapos, inteligentes, ricos e hijos de padres cultos y famosos. Pobrecitos, qué pena dan que nadie los comprende. Pues de eso tenemos ración de sobra en Destino Marrakech. La premisa, más vista que Las Corsarias, que diría mi abuelo, intenta redimirse con el viaje iniciático por el desierto, la miseria y la solidaridad de un pueblo pobre y machista, pero con dignidad.

Algunos planos bonitos, un puñado de ideas persuasivas, actores creíbles y un retrato de Marruecos que (sólo a veces) se sale del estereotipo son los puntos a su favor. En contra, las ganas de dar con la mano abierta en toda la boca a padre e hijo.

Apta si te equivocas de sala de cine y fuera está lloviendo.

Publicado en blog fascinoscopio.
Fascinoscopio
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24 de junio de 2014
4 de 7 usuarios han encontrado esta crítica útil
Uno de los factores diferenciadores de lo audiovisual es que desde el salón de tu casa puedes recorrer cualquier parte del mundo casi como si estuvieras presente allí. Aunque la máxima expresión de este hecho se obtiene mediante el género documental, el cine de ficción no ha sido ajeno a este hecho, y durante los últimos años han proliferado las llamadas “películas-postal”. Es decir, películas cuya fuerza radica primordialmente en la ciudad donde acaecen los hechos. A nadie le resultará raro este hecho si ha visto algunas de las últimas películas de Woody Allen, como Midnight in Paris o A Roma con amor, donde las respectivas ciudades alcanzaban una belleza de tal magnitud que ni las más eficientes políticas turísticas hubieran hecho más por promocionarlas.

Pues bien, la alemana Caroline Link, a la que muchos recordarán por ser la ganadora del Oscar a la mejor película de habla no inglesa en 2001 con En un lugar de África, parece querer apuntarse a esta corriente. Para ello, ha escogido otra de esas ciudades que por su belleza atraen a una gran afluencia turística: Marrakech. Allí acude el joven Ben para reunirse con su padre, divorciado tiempo atrás de su madre y con el que no mantiene una gran relación. Fruto de este desacuerdo nacerá el interés de Ben por recorrerse la ciudad de cabo a rabo. Pronto quedará cautivado por la ciudad marroquí, sus calles, su gente… Y sobre todo por Karima, una joven prostituta de la que parece enamorarse. De aquí se desprenderá el hilo narrativo principal de la obra, cuyo título no es otro que Exit Marrakech.

Lo más interesante de la película, pues, son las tomas que nos ofrece de una bellísima ciudad, de cuyas posibilidad se aprovechan más los acaudalados blancos europeos que los nativos del lugar, los cuales viven sumidos en una pobreza cuyo mejor reflejo en la trama de la película es el del personaje femenino, la ya comentada Karima. La historia parece quedar supeditada en todo momento a los designios del lugar. Lo primero es la localización.

Buena culpa de ello viene porque el guión tampoco ofrece nada extraordinario ni impactante. Sí tiene algo muy de agradecer y es que la historia en ningún momento parece resultar previsible. Pero una vez terminados los 122 minutos de metraje, descubrimos que debajo de ese relato amable, realista y por varios momentos entretenido (lo alterna con otros pasajes un poco más tediosos), hay poco que rascar en Exit Marrakech. El protagonista Ben, aunque está bien interpretado por Samuel Schneider, no logra una empatía definitiva con el espectador y es difícil conectar con sus motivaciones. Tampoco su padre (al que da vida el buen actor Ulrich Tukur), acaba de ser un personaje redondo. Sí resulta algo más atractiva la figura de Karima, en tanto que con su descripción si se puede encontrar un vestigio de crítica social, pero su peso en el guión desfallece demasiado pronto.

Tampoco hay que llevarse a engaños: Exit Marrakech es una buena película para relajarse y estar un par de horas contemplando una región muy bonita sin que el cerebro tenga que estrujarse lo más mínimo con lo que la trama le puede ofrecer, una A partir de ahí, poco más hay que decir. El trabajo de Link no resulta para nada decepcionante, se nota que le ha puesto mucha pasión al asunto y en consecuencia la obra luce bastante bien. No hay fantasmadas ni empalagosidades, el guión discurre sin demasiadas turbulencias y el acabado final es satisfactorio. Resultado más que suficiente para una película destinada más a la evasión que a otros menesteres.


Álvaro Casanova - @Alvcasanova
Crítica para www.cinemaldito.com (@CineMaldito)
Kasanovic
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18 de marzo de 2021
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante película germana que versa sobre dos temas que van de la mano aunque en este caso la historia los separa hasta que confluyen en un final esperado pero que hasta llegar a él nos pone encima de la mesa una producción bastante entretenida.

Como digo, estos temas son la madurez y la relación padre hijo que en un principio es casi inexistente. Así, una gran parte de la película narra la evolución del joven protagonista, bien interpretado por Samuel Schneider, que se adentra en un país desconocido como Marruecos para hacer el viaje de su vida, una especia de viaje iniciático para dar el salto de la adolescencia a la madurez. Así, la cinta nos muestra esa evolución y la cultura marroquí, los bellos paisajes del país africano y un puñado de lugares muy interesantes. Es una especie también de guía de viajes, con un guión efectivo aunque no sorprenda. En el otro lado de la historia se halla el padre del joven fugado, interpretado por Ulrich Tukur (La Cinta Blanca). Un hombre que vive en la comodidad de su burbuja de éxito y cuya relación con su hijo no es la mejor debido a un temprano divorcio. Como ya digo, es una historia ya vista, pero la evolución que hace la estupenda directora Caroline Link (En un Lugar de África) de la trama consigue que los espectadores se mantengan atentos a la pantalla. Así, se celebra que la impulsiva personalidad del joven provoque en el padre una salida de la aburrida existencia que llevaba hasta ese momento. También destacar la interpretación de Hafsia Hersi (La Fuente de las Mujeres) en un papel cálido y convincente.

Se nos narra pues un relato sobre el hecho de vivir la vida, sentirla y no dejarla pasar sin emoción. A fin de cuentas, qué es la vida si son dos días.
Siferval
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29 de agosto de 2015
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Destino conocernos; un bonito relato, en esceso lento y deficiente en su condimento.
La adolescencia, experimentar, la vida por delante, ¡qué placer y peligro a la vez!, la valentía de avanzar, la incógnita de lo que hallarás, la duda del resultado, miedo y angustia se alían a esa duda que lo inunda todo, energía, de ilusión vitalicia que, con adorable inocencia, cree que todo lo puede. Osadía e ímpetu de decidir por si mismo, al margen de los padres pues, como dijo Sigmond Freud -de lo poco con sentido-, hay que matar al progenitor para formarse como adulto, eliminar la herencia parental para formar una personalidad propia y, en algunos casos, los susodichos referentes lo ponen realmente fácil; incomprensión, distanciamiento, decepción generalizada de lo que se encuentra después de tanto tiempo de espera, o ¿es el hijo quién estropea tan ansiado reencuentro?
Maravillosos paisajes, sentidas interpretaciones, ¿suficiente para que te sientas contento?, enseñar Marrakech desde sus entrañas, ¿cubre todas las demás carencias?
"Las familias felices son todas iguales, las familias infelices lo son cada una a su manera", las formas, de Caroline Link, son las de ofrecer, el impacto cultural proveniente de un chico soberbio, que quiere asustar a su padre como compensación de todos los años de ausencia, carisma de costumbres y hábitos de lugar para quien se cree muy listo para aceptar consejos, sólo que, ese atractivo escénico por el encanto y hechizo de sus calles, se pierde cuando se trata del contenido de la historia, despierta pasión e interés el hábitat de los personajes, la estructura y su estilo, no lo que tienen que expresar o narrar, su andar progresivo y su melancólica pausa de ritmo es sosa y aburrida.
"La fantasía es más interesante que la realidad ", certifica el patriarca, "la realidad es más interesante que la fantasía", refuta el polluelo, un tal para cual que juega al polo opuesto de quien, quiere empezar a saborear, y de quien, ya está curtido en dicha tarea, novato tanteando el terreno sin saber con seguridad qué dice o hace, más un progenitor a la búsqueda de un amor hace años perdido; travesía que no alienta la razón, ni el conocimiento de sus andares, tonterías y tropiezos, sencillamente su mirar es nimio y abatido.
El sabiondo ratón cae en la trampa de la ignorancia e imprudencia, aunque la motivación por cómo saldrá o quedará tras ella no es harto estimulante, una guía turística, por país extranjero, a manos de un inexperto en el arte de la vida donde, uno se lo pasa en grande/al otro, la inquietud le perturba y estropea los planes, mientras el espectador, sin pena ni gloria, viendo la sucesión de acontecimientos, eventos, sin mucho apego o afecto por ellos, más que el devenir de arreglar lo roto, subsanar un estropicio poco alentador y una reconciliación de ánimo ausente.
La calma y pasividad de la observación desalientan y causan languidez suprema, el conflicto paterno-filial, núcleo de todo el tinglado, cansa y desalienta, anula el apetito por alimentar el deseo de compañía por ellos; a la susodicha directora alemana no se le dan bien las familias ni la estructura, sólo ambientarlas de fascinante espacio abierto y dejar que los actores hagan, con talento y destreza, su trabajo; aparte de que su larga duración no ayuda a mitigar la privación de querencia por ella.
No hallarás cariño por la misma, únicamente devoción y estima por su imagen estética.
Validez fragmentada; en cómputo general, escasa.

lulupalomitasrojas.blogspot.com.es
lourdes lulu lou
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6 de septiembre de 2014
0 de 2 usuarios han encontrado esta crítica útil
Ben tiene 17 años, y Heinrich... muchos más. El primero tiene, como suele decirse, toda la vida por delante, aunque claro, todavía debe demostrarlo todo. El segundo sigue el ejemplo de cualquier integrante de su generación: asentarse en la poltrona y admirar el espectáculo. En otras palabras, deleitarse viendo cómo los que vienen, por alguna extraña razón, van acumulando odio hacia los de arriba, es decir, hacia los que no abandonan su posición de privilegio ni a patadas. La -eterna- tragedia servida por unos lazos de sangre que, nos guste o no, son innegociables. Ya se sabe: ''Dios nos dio una familia...'' y a callar. Heinrich y Ben son, efectivamente, padre e hijo. Y ni todos los divorcios y ausencias y giras teatrales del mundo podrán tapar una realidad igualmente irrenunciable: se llevan a parir. Como en las mejores familias... por muy destrozadas que estén.

Caroline Link vuelve a sentir la llamada de África (recordemos el Oscar a la Mejor Película de Habla No Inglesa por el correcto melodrama histórico 'En un lugar de África') y hace que el choque de trenes se produzca ahora en Marruecos. En Marrakech, para ser más exactos, ciudad donde, le guste a ella o no, va a producirse otra colisión, ésta última con el sello característico de nuestra cartelera. Sigue la guerra de los títulos; entran en escena los diablos de la traducción. Lo que allí es 'Exit Marrakech' aquí es 'Destino Marrakech'. Dándole duro al juego de los opuestos. Porque nosotros lo valemos. Más allá de la rutina, la sorpresa se produce durante el visionado, cuando se da uno cuenta de que, efectivamente, la autora se debate constantemente entre entrar o salir; entre el ''hola'' y el ''adiós''. En definitiva, entre el amor reconciliador y el rencor más destructivo. Una vez más, como en las mejores familias, vaya.

Es así como Ben, de 17 años, y Heinrich, con iguales inviernos en su casillero (por mucho que su pasaporte se haya empeñado en sumarle muchos más), fijan en esta casi-milenaria urbe el punto de encuentro... así como el sitio del cual toca huir a toda prisa. En cualquier caso, es éste el centro gravitatorio de una odisea moderna que se revelará plenamente satisfactoria tanto a nivel interior (se permite la añadidura ''iniciática'') como en aquel que obedece a necesidades mucho más mundanas. Hablemos, por ejemplo, de una de esas experiencias vitales que en el mejor de los casos va a cambiar tu vida, y en el peor, directamente va a ponerle fin. Pero hablemos también de una de esas escapadas que tan bien sientan después de una exposición intensa al estrés laboral / estudiantil. Hablemos, por supuesto, del derecho universal de cada niño rico (sin importar la edad que tenga) de concederse una alegría al cuerpo y sentirse, ni que sea por unos pocos días, auténtico (sin importar demasiado la definición que su diccionario particular dé a dicho adjetivo).

La cineasta alemana hace gala de un estado de madurez envidiable, y firma de paso un diario de viaje en el que el ''cómo'' cautiva tanto como el ''qué''. Interesa el trayecto per se, pero tanto o más la manera en que éste se nos presenta. Cine casi teatral, no en las formas pero sí en el espíritu. Solidísimo también, en la filmación y la narración. La belleza cae por su propio peso, y no por imposición; la narración, ágil y fluida, transita con elegancia entre las distintas etapas por las que se mueve, compactando firmemente en el mismo bloque, piezas que parece que no vayan a casar ni en pintura. Una vez más (que no sea dicho): como en las mejores familias... ya se (re)encuentren éstas en Europa o en África. Lo mejor del experimento es que resulta en una postal que primero, se aleja de la postal (no es tan contradictorio como suena) y segundo, hace que la imagen se llene de contenido. No lo busquen en la tienda de souvenirs, esto ahí no existe.

El consumo queda reservado a una sala de cine que de repente se convierte en una ventana en la que ver el exterior... y a nosotros mismos (como visitantes, padres, turistas, hijos...). Marruecos, país de contrastes (es un tópico, sí, pero sigue siendo cierto) ejerce de reflejo perfecto de unas relaciones humanas condenadas a sobrevivir montadas en una montaña rusa interminable. También sirve para que nos demos cuenta de que nuestra idiotez (o genialidad) pueda ser también parte del reflejo de los que llegaron antes que nosotros. Con ello, quedan también al desnudo aquellas etapas vitales que parece que hagan del conflicto su principal fuente de energía. Todo esto sin perder jamás el respeto por el entorno o por una historia que hace de la ficción el camino más rápido para llegar a la realidad. Sin miedo a que su producto se haga largo y/o denso (que, efectivamente, así puede definirse), Caroline Link compensa el posible handicap procurando que el viaje sea siempre ameno. Lo hace también tratando la complejidad con sencillez, pero sin menospreciar a un espectador que al principio seguramente no sabrá si salir o ir a Marrakech, pero que a buen seguro, cuando todo haya terminado, tendrá claro que esto es lo de menos.
reporter
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