La catedral

Resulta irritante la voz en off continuada de la narradora.
Te narra además hechos que estás viendo y para más inri cosas como una boda, un bautizo.
Cosas vistas mil millones de veces y mostradas además, con la más caduca ortodoxia.
La forma escogida del narrador omnisciente no funciona y ralentiza el argumento.

Visualmente opta por planos larguísimos, un ventilador, un mantel y suma y sigue.
Un plano de medio minuto de un pintor quitando la cinta de una pared, ciertamente un desperdicio de tiempo narrativo y que no aporta absolutamente nada a la historia, sí, aporta tedio y confusión añadida.
A un argumento ya de por sí, soso, rozando lo soporífero.

Hablamos continuamente del ritmo en las películas, aquí es una chapuza y demuestra que el autor no sabe contar una historia sin aburrir y producir bostezos.
Los ejemplos son múltiples pero no aburriré al lector-a, de esta reseña.
Cada cuál saque sus conclusiones sobre esta historia.
A mí, no me ha llegado y acabar de verla ha supuesto una auténtica proeza.

Película singular, distinta, única en su género.
Hay una historia, la de un chaval desde su nacimiento hasta los 17 años. Testigo mudo de unos líos familiares, que no se acaban de entender.
Pero todo esto, que está ahí, es lo de menos. Lo de más es el guión milimetrado, las escenas de detalles, la luz, la fotografía.
He leído por ahí que es como autobiográfica de d’Ambrose y cuenta el modo en que se va poco a poco acercando a su vocación.
No esperéis ver una película al uso. Pero quienes gusten del atrevimiento esta es su película. Cine independiente donde los haya.