Qué perra vida

Viruta y Capulina, son dos músicos callejeros a los que la fortuna no los viene acompañando, no obstante que son muy divertidos y saben alegrar a niños y adultos. Pero algo comienza a cambiar en sus vidas, el día en que un perro pastor alemán, llamado Rayo, se encariña con ellos y hasta convence a su anciano amo para que les dé algún dinero. Por ciertas circunstancias, el perro terminará viviendo con el par de supervivientes, y entonces sabremos que también una amiga que ellos tienen, llamada Ofelia, es la hija a la que el amo del perro nunca conoció… y como a veces sucede, resultará quien pretenda apropiarse de la herencia que le ha legado su padre luego de fallecer.

Así comienza esta divertida y emotiva comedia con la que, Viruta y Capulina, se consolidan como la pareja más divertida de México, y yo diría que de toda Latinoamérica, en aquellos años 60’ del pasado siglo XX. De nuevo, son unos “malos para todo”, pero buenos para cantar y para solidarizarse con quien los necesita. Otra vez, pasarán malos ratos y dejarán al borde de la locura a más de una persona, pero, también sabrán hacerse querer y estarán justo donde más se les necesita.

La historia, escrita por el propio director, Jaime Salvador, también bebe un poco de otras fuentes (“Lassie”, “The Kid”…), pero consigue lucir mexicana hasta las cachas y algunos personajes son inolvidables. Personalmente, me encantan: el comisario Artemio Lozano (¡hilarantemente interpretado por Omar Jasso!) y el dueño de la tienda de abarrotes (Arturo ‘Bigotón’ Castro) quien los contrata para que le limpien la vidriera que ellos mismos ensuciaron valiéndose de Rayo. ¡Hasta el perro resulta un magnífico actor! y consigue tener tanto peso en la historia que el título de la película alude a su presencia.

<<QUE PERRA VIDA>>, fue la primera, y la mejor, de tres películas que Viruta y Capulina hicieron en 1962 (las otras dos fueron, “Cascabelito” y “En peligro de muerte”) y con ese título se metieron de nuevo en el corazón de mucha gente que, desde entonces, los vemos con sumo entusiasmo cada que aparecen en nuestras vidas.

El final que tendrían, pocos años después, como pareja nunca debió darse, pues, como Laurel & Hardy, deseábamos que hubiesen podido seguir juntos hasta que se agotaran sus fuerzas.

Nunca olvidaré el coro de la canción, “La Chevecha”, que me lo aprendí cuando la grabó -por esos años- el gran Palito Ortega:

Que chavocha la chevecha
Que che chuve a la cabecha
Anda chava chube chive
Otro vacho de chevecha.
Otro vacho de chevecha
Anda chava chube chive
Que chavocha la chevecha
que che chube… a la cabecha.