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Érase una vez en Anatolia

Drama En el corazón de las estepas de Anatolia, un asesino intenta guiar a un equipo de policías hasta el lugar donde enterró al cuerpo de su víctima. En el curso de este viaje, una serie de pistas sacarán la verdad a la superficie... (FILMAFFINITY)
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Críticas 23
Críticas ordenadas por utilidad
26 de enero de 2014
35 de 38 usuarios han encontrado esta crítica útil
Sobria, dura, poco amigable película turca sobre la búsqueda del cuerpo de un asesinado, mientras a su alrededor se va tejiendo un lento y frondoso tapiz de relaciones humanas, ambigüedades y detalles varios que nos ofrecen un amargo e inhóspito retrato del mundo contemporáneo, sin héroes ni grandes gestos, ni rituales de expiación o reconciliación. No hay nada fácil, ni rápido, ni fluido en el lento devenir casi documental de una trama poco proclive a dar gusto al espectador, sin ninguna concesión de cara a la galería.

La gran y refinada fotografía acentúa y resalta el contraste con la sequedad y pobreza que retrata. La belleza de las imágenes potencia la negritud y amargura de su contenido. Habitamos una cárcel de pequeños gestos, conversaciones recurrentes, hostilidad pueblerina, mezquindad cotidiana y escasa felicidad. La noche engulle el devenir cotidiano y al amanecer ni somos mejores, ni más sabios, ni hemos aprendido gran cosa.

Potente película sin apenas trama, diálogos casi crípticos o en todo caso elusivos, de difícil aprensión y torva mirada iconoclasta. No hay nada fácil ni sencillo en su aparente simplicidad - y, sin embargo, funciona como un reloj de precisión. Asistimos a la autopsia del desánimo cotidiano con profundo escepticismo e intranquilidad. Una película densa, telúrica, ingrata y para paladares refinados que sepan apreciar la morosidad narrativa y los pequeños gestos trascendentes. No es fácil de ver pero cala hondo. Muy interesante.
antonalva
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5 de diciembre de 2012
27 de 39 usuarios han encontrado esta crítica útil
Interesante cinta que aborda una historia simple a través de escenas prolongadas con planos amplios, largos silencios, explotando escenarios por medio de una fotografía extraordinaria, diálogos sencillos de conversaciones casuales y de poca profundidad pero que por su naturalidad y la excelente dirección actoral generan un clima de expectación y cierto aire de misterio y profundidad que nunca logran cobrar sentido ni mostrar un objetivo. Puede llegar a aburrir bastante ya que la trama avanza lentamente y sin mucha acción, construyendo poco a poco las anécdotas de los personajes quienes son muy auténticos y logran transmitir cierto drama personal pero que tampoco es suficientemente claro ni alcanza a generar intensidad. En general no hay una idea clara de lo que se pretende transmitir y aunque está excelentemente realizada, el guión carece de contundencia. Interesante pero poco recomendable.
mikealeks
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26 de febrero de 2013
20 de 28 usuarios han encontrado esta crítica útil
Una historia sencilla, pero una dirección soberbia, hace que Ceylan traspase la pantalla y nos haga sentir las vicisitudes de una jornada laboral en la piel de sus participantes. Una jornada en Anatolia, pero que traspasa sus límites. Una jornada como cualquier otra, pero que encierra el milagro de esta proyección: que los momentos impactantes no se encuentran en situaciones increíbles, grandes o magnánimas. Es que aquí no hay situaciones súper-desarrolladas, grandes diálogos, momentos dramáticos, giros imprevistos de guión... La cámara simplemente se encarga de acompañar, sin menospreciar cada momento, cada detalle; porque el imprevisto de las situaciones determinará lo que queda, lo que se aprecia o desprecia, pero lo que al fin se recuerda...

Porque a veces, en la cotidianidad más pura, mas rutinaria, simplemente basta un soplo del viento para levantar la pluma. Para derramar las lágrimas de aquél ojo desolado. Eso es lo que nos hace, lo que nos puede hacer sentir escalofríos; la verdad que nos puede sacar del cuento de hadas, la mirada que nos puede penetrar y hace gritar nuestro vacío existencial, el vaso del amor compartido con los que sólo ven pero no tienen, en la hermosura de la flor más bella, el hijo que llora con la mirada, quebrando, doliendo, golpeando más fuerte que una piedra en el ojo... La empatía como fuerza motora de toda relación humanitaria...

¿Qué somos sino? No hace falta la alfombra roja, las luces, el destello de la cámara, la adulación, el discurso, el alago, los aplausos de fondo, el diploma, el cuadro. Al final, lo que nos queda son esos pequeños momentos. Los que se nos pasan mientras esperamos (o no) que pasen. Esas pequeñas situaciones, imprevistas, dolorosas, alegres, pero que pueden llegar de imprevisto, en cualquier día, en cualquier instante.

Supongo que era eso Ceylan. Perdóname si te malinterpreté. Pero es lo que me has dejado en tu más de dos horas de detalles. En saber que estaba viendo algo sencillo, una historia simple, pero que en el fondo de eso se trata. De apreciar que ahí también puede a ver algo. Del nuevo día. Del misterio del qué traerá la marea. Porque quizás, algún día, de ese imprevisto, en ese día cualquiera, "Uno podrá decir 'Una vez en Anatolia...'". Una vez que vale la pena filmar.
Estepario
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13 de marzo de 2012
14 de 17 usuarios han encontrado esta crítica útil
Aquellos que hayan visto Lejano, Los Climas y Tres Monos, podrá comprender, de cierta manera, en que consiste Once Upon a Time in Anatolia.

Es que el director Nuri Bilge Ceylan utiliza similares climas para narran distintas historias.
Pero el clima siempre es el mismo, generalemnte dentro de una atmósfera densa, húmeda, tenue, con escenarios donde la luz no abunda, ni existen personajes felices.

El director turco redunda en sentimientos culposos, en secretos inconfesables, en desenlaces que se van deshilachando en medio de la meditación de sus protagonistas.

Este film en particular alterna el protagonismo en varios de sus personajes.
La historia comienza con lo que parece ser la búsqueda de un cuerpo enterrado entre páramos y colinas. Un grupo compuesto por policías, médicos forenses, fiscales, e incluso el presunto asesino, recorren colina por colina deteniéndose en cada sector en que el acusado supone pudo haberlo enterrado. El problema es que dicho acusado alega que se encontraba en estado de ebriedad en el momento de cometer el delito, por lo que no recuerda exactamente la colina donde ocurrió.

Los primeros minutos, tensos, muestran como el oficial a cargo intenta obtener la confesión del culpado, con diálogos bruscos y directos. La fotografía es soberbia, tanto como la estética.

A partir de entonces comienza una falsa road movie, con viajes y traslados masivos, con desplazamientos y cambios de territorios, con historias y cuentos que van condimentando la trama principal.
La cámara es inquieta y por momentos intencionalmente torpe. Por eso, cuando en lugar de la lente enfocar la escena del crimen o la búsqueda, se queda con un diálogo menor entre el médico y el fiscal, no parece incomodarnos. Es que Nuri Bilge Ceylan reparte protagonismo entre varios de sus personajes, olvidándose por momentos de lo que es la rama principal de la historia, regalándonos debates, discusiones y confesiones de personajes que mutan de secundarios a fundamentales.

Finalmente, como suele ocurrir en sus películas, en medio de una autopsia el final se va apagando dentro de la mente del personaje con mayores conflictos, mientras la resolución amaga con no llegar.

Más que interesante film turco que, oscuridad mediante, nos transmite lo más humano de cada ser.

Nota: 6,5
Serginhio
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24 de mayo de 2013
10 de 12 usuarios han encontrado esta crítica útil
Esta película, irónicamente titulada Érase una vez en Anatolia, es un retrato de grupo como los que pintaban Rembrandt o Hals, que encarnan para nosotros el espíritu de un lugar y una época. En este caso el retrato está trazado desde el punto de vista, escéptico, desilusionado y vagamente culpable, de uno de los personajes, un médico divorciado recién recalado en la Anatolia profunda; y arroja una luz muy poco favorable sobre sus habitantes, y sobre la vida humana en general.

La película tiene un ritmo lento y pausado, pero la evolución del balance entre lo que se nos cuenta, lo que se nos deja intuir y lo que ignoramos como espectadores mantiene el pulso narrativo, aderezado por un excelente sentido de la composición.

No se trata de un ejemplo de cine primitivo y exótico, ni tampoco experimental (como pueden hacer creer algunas críticas): por el contrario, es una película novelesca y occidentalizante, que sigue una investigación policial en la estela de los relatos de Leonardo Sciascia, por ejemplo, aunque sin su rapidez.

Como en ellos, más importancia que la historia criminal en sí misma tiene el análisis de los comportamientos de los funcionarios, que sirve para trazar el retrato psicológico individual y, por extensión, sociológico. El retrato de conjunto desborda lo costumbrista y evoca una desesperanza universal. Destaca la compasión con que están vistas las mujeres jóvenes y un niño, juguetes del infantilismo y la vanidad de los hombres: en ellas y en él se hace más evidente el contraste entre la belleza y la futilidad de la vida.
el pastor de la polvorosa
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