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Viaje hacia la orilla

Drama Mizuki perdió a su marido Yusuke en el mar. Años después, el fantasma de su compañero aparece ante sus ojos. No se trata de una visión terrorífica, sino de un retorno lleno de cotidianeidad. Tras el reencuentro, ambos iniciarán un viaje hacia la costa. (FILMAFFINITY)
Críticas 5
Críticas ordenadas por utilidad
15 de junio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
En algún momento sentimos su presencia. Llenan el espacio de una sensación extraña, a menudo incómoda pero a veces también apacible.
No los vemos reposar su cabeza en nuestros hombros, comparten el instante presente en lo que tiene de más fugaz y su aura se transmite alrededor, hasta impregnar en dicho espacio físico un estado de ánimo que el inconsciente comprende e interioriza...

Quizás sea un principio de aceptación de lo espiritual tan arraigado a la cultura japonesa que un occidental como yo es incapaz de entender. El mismo principio domina en la obra de la siempre sorprendente autora Kazumi Yumoto, quien ya desde su debut, "Natsu no Niwa", captó la atención de todos y el éxito comercial (y más tras ser adaptada por Shinji Somai); con "Kishibe no Tabi", publicada en 2.010, ésto se ejemplifica mejor que nunca, siguiendo los pasos de la viuda Mizuki en un viaje por todo Japón donde aprende la importancia de las huellas que los difuntos dejaron en los lugares que un día habitaron y otras personas con las cuales compartieron sus vidas.
Lo realmente emocionante es que dicha travesía es realizada junto al espíritu de su marido, Yusuke, muerto en el mar años antes. A lo largo de más de 200 páginas Yumoto sumerge al lector en una prosa que exhala una proximidad serena y delicada y logra concebir una realidad en la que la fina línea que separa la vida de la muerte se "rompe" desde el gesto más natural o en la situación más cotidiana. Kiyoshi Kurosawa, para quien este tipo de escenarios no son desconocidos ni mucho menos, llega a la popular novela por recomendación de su amigo y productor Hiroko Matsuda, y así se involucra en uno de los proyectos más excepcionales de su carrera.

La razón es que se trata de su primer melodrama romántico, centrado por entero en el desarrollo de las experiencias vitales de una pareja; la autora ayuda en el guión, con la forzosa tarea de eliminar muchos capítulos, reducir otros, o incorporar momentos ausentes en las páginas. Lo que sí asegura un matrimonio perfecto es el interés de ambos por los mismos temas y la forma de enfocarlos; pero este es ciertamente un Kurosawa muy distinto. Cuando vemos a Mizuki en su cocina preparando los dangos de shiratama (que sirven de ofrenda a los muertos) la cámara se desplaza suavemente hacia una esquina...
Esta escritura en la que el movimiento lateral revela lo invisible a partir de un espacio tangible es la empleada por Mizoguchi en "Cuentos de la Luna Pálida" y un gesto idéntico de aquella "Kairo" (cuando Michi entraba al apartamento del fallecido Taguchi), pero la diferencia primordial en ambos desplazamientos está en la emoción que Kurosawa desea transmitir. Si en aquella obra de 2.001 el espíritu rezumaba desolación, desasosiego y pura amenaza desde la penumbra, ahora, en su visión contraria, se persona en escena con total naturalidad, consciente del espacio en el cual está penetrando y de los seres que le rodean.

Así Yusuke "pasa" al plano de realidad de Mizuki y, gracias a ese carisma conciliador tan propio de Tadanobu Asano, su visita es recibida desde la amable aceptación. Es una visita tranquilizadora a partir de la cual el director elimina lo más distintivo de su cine: el misterio; en "Kishibe no Tabi" no lo hay (porque rápidamente el marido informa a su mujer sobre su muerte), y trata la presencia de lo fantasmagórico a unos niveles muy diferentes de lo habitual (la paz, la calma, reina en las estancias), sirviéndose de sus habilidades en la puesta en escena para plasmar lo profundo de las emociones, que es el pilar de la historia.
Si en películas previas un zumbido abrumador reflejaba los ecos del más allá, ahora el sonido de las olas del mar rompiendo acompañan a los espíritus que se materializan en escena. Esta creencia tan oriental, la del agua ligada a la muerte, es otro de los elementos clave de la historia, e incluso tenía más peso en la novela (el pasaje del incidente de Mizuki, que de niña casi se ahoga en un río...); y como todos los personajes del cine de Kurosawa, la protagonista también se embarca en un viaje de aprendizaje y conocimiento, pero en lugar de realizarse a un lugar físico concreto y a partir de ahí hacia el interior del individuo, ella se desplaza sin cesar acompañada de Yusuke.

(CONTINÚA LA CRÍTICA EN ZONA SPOILER)

El director, que se estrena en el formato CinemaScope, captura el alma de la obra de Yumoto a través de la inmensidad de los escenarios, exteriores e interiores, y esta vez no los ahoga en tinieblas, los inunda de una luz suave, mientras sus largas tomas registran un espacio sugerente, de una sensibilidad dulcemente inquietante en cada de uno de sus instantes climáticos, adornados con la orquesta emocionante de Naoko Eto y Yoshihide Otomo, inspirada por los melodramas clásicos de Douglas Sirk.
A pesar del tan molesto paréntesis entre el 2.º y el 3.er acto, ausente en las páginas y que quiebra el tono general (el repentino duelo entre Mizuki y la otrora amante Tomoko, donde se sugiere un símil entre los fantasmas y la condición de la esposa japonesa, retirada del resto del Mundo en el seno del hogar...), el film triunfa a nivel nacional e internacional, en especial en Francia, y es galardonado en Cannes. Con la costa de testigo mudo habiendo alcanzado Yusuke por fin la paz eterna, el viaje concluye...

Y podemos afirmar que Kurosawa obtiene todo un logro en su obra, eterno, atemporal, como su universo.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
Chris Jiménez
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30 de junio de 2017
1 de 1 usuarios han encontrado esta crítica útil
Kusuke se aparece a su mujer, Mizuki, después de llevar tres años muerto. Ella sólo conocía su desaparición. Él le dirá que se suicidó al saber que tenía una enfermedad mortal. Ha vuelto para que le acompañe para conocer a quienes se ha ido encontrando, y le han ayudado, en su largo y tortuoso camino de regreso a su casa, además de explicarle la causa de su ausencia.

Si uno lee la sinopsis puede hacerse cualquier idea de lo que es esta película, y, quizá, una idea no buena, precisamente. Más allá del cuento de fantasmas (aunque con cuerpo y espíritu en este caso), algo que está arraigado en la cultura japonesa, ese volver temporalmente al mundo mortal para cerrar adecuadamente la vida terrenal del difunto, o para ayudar a aceptar su ausencia a los seres queridos que dejaron, incluso para guiar a otros difuntos que se encuentran vagando sin rumbo en su regreso; de lo que habla, principalmente, 'Viaje hacia la orilla' es de aprovechar la última oportunidad de redención que se presenta tras sentir el debido remordimiento.

Kiyoshi Kurosawa, ningún parentesco con el gran Akira, presenta este melodrama con gran sensibilidad, amabilidad y ternura, a pesar del dolor que cada historia que nos va contando conlleva. Es cierto que hay cosas que chocan, por ejemplo, Mizuki se encuentra de repente con la figura de su marido, después de no haber sabido nada de él durante tres años, y su primera reacción es decirle que se quite los zapatos; pero a pesar de eso, y alguna que otra escena parecida, transmite bien la idea que quiere hacer llegar al espectador, que el amor traspasa el umbral de la muerte, y mucho mejor si antes de vivir la eternidad se puede uno arrepentir de aquello que hizo mal o que debió hacer y no hizo, e incluso dar la oportunidad de perdonar y ser perdonado; pudiendo ayudar, además, a conseguir para otros esa tranquilidad de alma, o de espíritu, necesaria para acceder de manera adecuada, definitivamente, al más allá.

La belleza plástica que consigue Kiyoshi Kurosawa es notable, la composición escénica está muy cuidada, donde no brilla tanto la labor del director es en la dirección de actores, que resulta un tanto fría, distante; pese a ello quiero destacar la actuación de Eri Fukatsu en el papel de Mizuki.

La música de Yoshihide Otomo (prolífico y renombrado compositor y músico) y Naoko Eto es magnífica.

Película que, a pesar de sus defectos, resulta balsámica para el espectador que se deje acariciar por ella.
Juan Ignacio
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5 de enero de 2019
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Muertos que caminan, pero no son zombis, presencias fantasmagóricas, pero no son aterradores, cine sobrenatural, sin necesidad de artilugios, todo dispuesto para ofrecer reflexiones en torno a la vida, la vida luego de la muerte, la muerte, la pérdida de algún ser querido, y por supuesto, el amor.

Basada en la novela homónima (2009) de la escritora Kazumi Yumoto, y llevada al cine por Kiyoshi Kurosawa, realizador del afamado drama social Tokyo Sonata (2008), además de varias obras de J-Horror. Esto da cuentas de las muchas facetas de su cine, sin duda Kishibe no tabi no es una excepción.

Una noche Mizuki (Eri Fukatsu) recibe la visita de Yusuke (Tadanobu Asano), su pareja que llevaba tres años desaparecido, sin más y con completa naturalidad le explica que ha muerto, a la mañana siguiente la invita a realizar un viaje con él, para toparse con varias personas a las que quiere ver de nuevo.

Este es el detonante de una película narrada con un pulso perfecto, poco más de dos horas que fluyen con total naturalidad, el espectador sigue el viaje de esta pareja por distintos paisajes y con distintos personajes, la mayoría de ellos entrañables. Son distintos segmentos que tienen algún conflicto a lo interno de estos individuos que deben ir dilucidándose, donde los temas sobre lo referente a la vida y a la muerte están siempre presentes.

Estas apariciones son vistas con total naturalidad dentro del contexto del largometraje, esto ayuda a que su lógica interna sea fácil de aceptar, incluso desde la primera aparición en la introducción ya mencionada. Precisamente es presentado con tal simpleza y naturalidad que en todo momento se cree, no hay artificialidad, por eso no se siente falsa o pretenciosa.

Sin duda se está ante un filme interesante que propone la reflexión, que tira ideas al espectador, los errores en vida que no se pueden corregir, las cargas de culpas que no pueden ser expiadas, tanto de quienes fallecen como de quienes quedan en vida. Por sobre todo, una obra hermosa con momentos tan bellos como dramáticos y emocionales.
SPOILER: El resto de la crítica puede desvelar partes de la trama. Ver todo
10P24H
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6 de diciembre de 2020
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Es maravillosa la naturalidad con la que se presenta siempre la fantasía en las películas de Kurosawa, la manera que tienen todos los personajes de aceptar lo extraordinario como parte de lo ordinario, como si estas incursiones de lo paranormal en la rutina de su existencia se tratasen de una respuesta o una vía para la solución de las inquietudes y las preocupaciones que les atormentan.

Aquí Kurosawa traduce la fórmula, los esquemas y los componentes de sus películas de terror a un relato más íntimo, tierno y agradable que en un tono relativamente ligero –aunque siempre incisivo, preciso y misterioso– utiliza la relación de una pareja cotidiana muy cercana a nosotros para explorar la cuestión del fin de la existencia de una manera muy hermosa, con un extraño y matizado vitalismo.

Tiene otra increíble y muy importante escena de piano (mejor incluso para mí que la de Tokyo Sonata) y el instante final que cierra la película es en el fondo una de las más brillantes y hermosas afirmaciones de que la existencia es algo realmente increíble y que es bonito estar con vida.
AlvaroFaure
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27 de agosto de 2021
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La literatura tradicional japonesa, como la de otras culturas, registra presencia de fantasmas. No otra cosa hace, por ejemplo, Marukami, en algunas de sus novelas. En esta película suena mucho a Marukami que un haya un sitio misterioso por donde se pasa de un mundo a otro.
Aunque lo de los fantasmas, esta vez no con sábanas sino de carne y hueso, da un toque de misterio, en el fondo solo se trata de una muy buena historia de amor, amor al amor y amor a la vida.
Kurosawa la rueda con una tranquilidad y serenidad que, me imagino, será muy distinta a la que emplea en su cine de terror (que no pienso ver como cualquier película de terror, ya hay suficiente en el mundo). En cualquier caso es una película que, pese a su largo metraje, se ve con un gusto creciente.
yoparam
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