La escena de la señora durmiendo y que no duerme, que disimula mal, me conmueve. Me fascina este tipo de cine en el que colocan la cámara en una posición y la escena dura lo que tarda en agotarse la paciencia de alguien que grita por detrás del director "¡que corten ya, que se ha escuchado el ruido de las tripas de la actriz". Ahí está ella haciendo que duerme. Pero sabemos que no duerme. Ni siquiera lleva en la cama más de un minuto. Mírele esos cabellos. Me produce ternura pensar en que preparen "tanto" una escena, que dure uno o dos minutos, y que nadie preste atención a ese pelo recién peinado. Igual si durase veinte segundos no me daría cuenta, aunque sí más de uno que las pilla al vuelo.

Es cine obrero y lo comprendo. Cine para gente de clase obrera, gente que trabaje a diario y llegue a casa, se ponga esta película y prefiera irse a trabajar o a limpiar un rato. Yo como soy obrero, en paro, me pongo la película y no tengo nada que hacer, así que como pipas. Me duelen los labios de tanta sal. Qué buenas las pipas castellanas. Soy más de pipas que de miel.

Y así se pasa la vida viendo películas como ésta, que uno no sabe si ha desperdiciado el tiempo o los dientes con tanta pipa. Menos mal que con tanto paro ni dinero hay para ir al dentista. Se pasa más lenta, claro. Al menos hay que verle el lado positivo: podría estar drogándome con pegamento yendo a mitines de partidos políticos. Sin embargo me quedo en mi casa culturizándome. La cultura le da a uno poder, el poder de saber que, sintiéndolo mucho, a este señor no le voy a ver ninguna otra película hasta que le preste un poco más de atención a los detalles, que me parece una falta de respeto.