No se pueden pedir peras al olmo. Cada año una infinidad de productos de cualquier género nos llegan a las pantallas con el único afán de entretenernos. Pueden ir de tiros, de amor, o de lágrimas, pero son películas que en ningún momento tratan de ser originales, de innovar o de quedar para la posteridad. De hecho, sean comedias románticas o películas de intriga, parecen hechas con plantilla, siguiendo los pasos de las anteriores y dirigidas siempre a su público específico.

¿Qué fue de los Morgan? No es, ni mucho menos, una excepción. Es, sin más, una comedia romántica entretenida y del montón, que al menos no molesta. No se pasa de azúcar ni tampoco subraya la estupidez. No insulta a la inteligencia y se hace liviana y dócil como una mañana de sábado.

Quien deteste a Hugh Grant (entre los que me incluyo) que no vaya a verla. Quien deteste a Sarah Jessica Parker (entre los que no me incluyo) que no vaya a verla. Porque los dos actores (¡ejem!, Grant), vuelven a realizar, con su comodidad habitual, a ese inglés inseguro pero romántico; y a esa neoyorkina independiente pero romántica, que tantos disgustos les han dado a muchos.

Por lo demás, una intrascendente comedia en la que el contraste campo/ciudad y sus gentes dan lugar a gags al menos graciosos, como hace diez años en la película “A las duras y a las maduras”, pero sustituyendo a la comunidad amish del filme con Kirstie Alley, por un pueblo de votantes potenciales de Bush, Palin, y compañía.