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Spain Spain · Cáceres
Sinhué rating:
7
Western A cadre of men employed by powerful strip-miner Coy LaHood (Richard Dysart) rides into a small mining encampment and begins shooting up the place. One of the terrorists kills the dog of young Megan Wheeler's (Sydney Penny). As Megan buries her pet, she says a prayer, begging the Lord to send someone to defend them. Later Megan sits with her widowed mother (Carrie Snodgress) and reads from the Bible: "And I saw, and behold, a pale horse, ... [+]
Language of the review:
  • es
December 5, 2016
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Siempre se agradece que llegue alguien que haga las cosas bien, ponga orden y restablezca la justicia. Otra cosa será saber qué entienden unos u otros por justicia. Para el espectador está muy claro, y en el western más clásico es difícil errar entre buenos y malos. La verdad resplandece y todos tomamos parte por los perseguidos, menesterosos y esforzados colonos; justo lo contrario que solemos hacer en la vida normal, en la que acabamos por dar la razón a los caciques y poderosos, alegando erróneamente que son los creadores de riqueza.
Clint Eastwood, dominador del género, resucitó con este film el cine de pistoleros, como se llamaba por muchos pueblos de la geografía hispana; con ese aire crepuscular que acabó bordando en Sin perdón.

El Predicador es ese individuo al que todos invocamos cuando los abusos resultan imparables. Y nos da lo mismo su procedencia (Tierra o Marte), su condición (divina o humana) y sus métodos (pacíficos o violentos). Por eso resulta tan fácil, en la acción cinematográfica, identificarse con las víctimas y con sus defensores; y si en el fragor de los acontecimientos los protagonistas vilipendiados miraran hacia las butacas o butacones pidiendo ayuda, más de uno saltaríamos dentro de la pantalla y como mínimo empujaríamos al asesino a sueldo que les tiene en su mira telescópica. Lástima que la sangre se nos enfríe al terminar la película y al salir a la calle solo aspiremos a pasar desapercibidos, no molestar a los señoritos y alejarnos lo máximo de los perdedores más cabreados.

Queda claro también en El jinete pálido un hecho constatable también en nuestros días, y es que si quieres que se te administre el principio moral de la equidad no debes pedírselo a un juez ni a sus adláteres, es más factible seguir esperando un milagro; o contar tu historia en el cine para que todo el mundo te dé la razón.
Sinhué
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