Mike Newell, el director, aúna con mucho acierto los estilos de las dos primeras entregas dirigidas por Chris Columbus y la tercera de Alfonso Cuarón (que visualmente rompía con las anteriores). Si en la tercera película, la duración obligó a recortar partes de la trama, en este caso la exigencia no es menor, ya que el libro es prácticamente el doble de grueso, y el metraje se mantiene. Pero si en El prisionero de Azkabán hicieron un desaguisado y había escenas incomprensibles para los no lectores, aquí han sabido amoldar la historia a los 160 minutos de rigor con sentido, a pesar de que algunas grandes escenas del libro se hayan quedado por el camino (sobre todo una que acontecía en una escalera...).

La mayor pega de esta película es que pesa mucho sobre la trama que el público objetivo sean adolescentes, ya que en la secuencia del baile de estudiantes pierden un valioso tiempo en cuestiones hormonales que podían haber utilizado en aumentar el suspense de la historia. Aún así, la película no me defraudó como pensaba que lo iba a hacer; puedo darme con un canto en los dientes. La verdad es que como complemento a la lectura de la novela, está muy bien. Y no he echado de menos a John Williams, salvando el theme, esta de Patrick Doyle quizá sea la banda sonora que más me ha gustado de la saga (y es que la del Prisionero de Azkabán me pareció horrible en algunos momentos).

Quizá no sea la mejor película de la saga (yo no tengo una favorita, ¿la primera quizás?), pero pocos filmes que sean una cuarta parte pueden presumir de la calidad de El cáliz de fuego (obviando al cuarto episodio de La guerra de las galaxias, esto es La guerra de las galaxias misma).