La vida de Ian Curtis fue un devaneo entre la enfermedad y sus propios fantasmas. No llegué a conocer a Joy Division porque Curtis falleció unos meses antes de mi nacimiento, pero su música es impactante, y mucho de eso se lo deben a este atormentado genio con voz profunda y una puesta en escena más que curiosa.

La película es un biopic de su vida en la que poco se omite: su vida familiar, su pronta paternidad, el éxito, la infidelidad, la enfermedad, la depresión, la frustración de un trabajo poco estimulante... Lo más destacable de la película es sin duda su cuidada fotografía, pero no podía ser menos viniendo de Anton Corbijn. La experiencia de recorrer las mismas calles, los mismos lugares en los que se desarrolló la historia real, con la acertada elección del blanco y negro te sitúan casi como si fueses un personaje más. Sam Riley, además de parecerse muchísimo a Curtis físicamente hace un trabajo impecable, hasta el punto en el que es como si realmente estuvieses viendo al Curtis real, te traspasa totalmente, no se excede en las escenas de ataques epilépticos y es capaz de proyectar la angustia y confusión del personaje. Samantha Morton también tiene una actuación más que aceptable.

Lo que más me gustó de la película es el momento en que suena Atmosphere y la canción cobra todo su significado. Aunque ya sabes cómo va a terminar todo te sobrecoge y ahí es donde está la magia del cine.