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Romantic Warrior rating:
8
6.2
2,533
Drama. Romance
Summer. A young foreigner wanders through the streets of a city, spontaneously observing and sketching gestures and expressions. He is looking for a woman he met there years before, his memories of her and her image still hang over the city. This search leads him to another woman and another again yet he remains forever under the spell of the one who is absent.
Language of the review:
- es
July 4, 2010
3 of 4 users found this review helpful
Guerín nos sorprende congelando la ficción; nos saca del rol pasivo y nos involucra en la construcción de lo aparente: una ciudad desconocida para un protagonista también desconocido, y un anhelo que lo consume… es como un documental, pero no sólo de la ciudad, sino un documental que parece meternos en el alma de un sujeto, que a fuerza de anónimo nos invita a meternos en su piel, y buscar… Qué es lo que nos mueve, qué es esa cosa sin la cual todo lo demás pierde significado? Eso sin nombre es la Sylvia que en la película no puede aparecer, no puede corporizarse.
El anacronismo del protagonista, resaltado por algunos detalles de su atuendo, - y claramente materializado en un plano donde se lo muestra en un banco de piedra con una gárgola medieval al lado, y una mirada lejana, posada y su anonimato, -nada sabemos de él, ni siquera su nombre-, lo hacen universal; es el anhelo inefable del hombre sensible, del artista, por algo indefinible, inasible y huidizo… un momento de belleza para poder congelarlo en el tiempo, una búsqueda de capturar la infinita gestualidad femenina en una imagen, y entregarse a esa tarea con deleite, con pasión.
Como sea, algo le falta; y Guerín nos muestra al comienzo del film un rengo que camina con dificultad, pero que sin embargo lo hace con entusiasmo y con un ramo de flores en las manos, convencido de que lo va a encontrar.
Puede el “flaneur” de Guerín encontrar lo que busca evocándolo desde la memoria? No; lo que “es”, es dinámico, veloz, es siempre nuevo, está vivo; mientras que aquello que la mente, la memoria construye, es una ajada foto vieja; y nos es mostrado con veloces y cambiantes reflejos de la luz y las sombras de las hojas mecidas por el viento sobre el cuaderno de apuntes del protagonista, con bocetos inacabados en páginas que pasan agitadas por ese viento, y a los que el dubitativo dibujante tacha y reescribe continuamente. Lo fugaz; lo perecedero de los momentos de belleza, que se escurre entre los cabellos al viento de una desconocida, en el gesto de un rostro o una mirada que cambia de matiz completamente en una fracción de segundo, en capas de rostros que se mezclan con otros en los reflejos de los cristales del tranvía, en momentos de frágil armonía que repetidamente se quiebra con vasos y tazas con líquido que vuelcan, con celulares que suenan, con el tren que irrumpe en medio de un plano melancólico. Y tal vez ese anhelo que no puede ser satisfecho, es necesario para el artista, ese “estar rengo”.
En el primer plano de Pilar López, en el que su rostro aparece enmarcado con el fondo del rosetón de la catedral, como dándole una pátina de divinidad, cuando la luz del día, parcialmente tapada por nubes, finalmente encuentra un claro y sobre esta figura resplandece el sol… por unos segundos… para volver a nublarse, está también sintetizada la búsqueda que no tiene fin. (sigue en el spoiler)
El anacronismo del protagonista, resaltado por algunos detalles de su atuendo, - y claramente materializado en un plano donde se lo muestra en un banco de piedra con una gárgola medieval al lado, y una mirada lejana, posada y su anonimato, -nada sabemos de él, ni siquera su nombre-, lo hacen universal; es el anhelo inefable del hombre sensible, del artista, por algo indefinible, inasible y huidizo… un momento de belleza para poder congelarlo en el tiempo, una búsqueda de capturar la infinita gestualidad femenina en una imagen, y entregarse a esa tarea con deleite, con pasión.
Como sea, algo le falta; y Guerín nos muestra al comienzo del film un rengo que camina con dificultad, pero que sin embargo lo hace con entusiasmo y con un ramo de flores en las manos, convencido de que lo va a encontrar.
Puede el “flaneur” de Guerín encontrar lo que busca evocándolo desde la memoria? No; lo que “es”, es dinámico, veloz, es siempre nuevo, está vivo; mientras que aquello que la mente, la memoria construye, es una ajada foto vieja; y nos es mostrado con veloces y cambiantes reflejos de la luz y las sombras de las hojas mecidas por el viento sobre el cuaderno de apuntes del protagonista, con bocetos inacabados en páginas que pasan agitadas por ese viento, y a los que el dubitativo dibujante tacha y reescribe continuamente. Lo fugaz; lo perecedero de los momentos de belleza, que se escurre entre los cabellos al viento de una desconocida, en el gesto de un rostro o una mirada que cambia de matiz completamente en una fracción de segundo, en capas de rostros que se mezclan con otros en los reflejos de los cristales del tranvía, en momentos de frágil armonía que repetidamente se quiebra con vasos y tazas con líquido que vuelcan, con celulares que suenan, con el tren que irrumpe en medio de un plano melancólico. Y tal vez ese anhelo que no puede ser satisfecho, es necesario para el artista, ese “estar rengo”.
En el primer plano de Pilar López, en el que su rostro aparece enmarcado con el fondo del rosetón de la catedral, como dándole una pátina de divinidad, cuando la luz del día, parcialmente tapada por nubes, finalmente encuentra un claro y sobre esta figura resplandece el sol… por unos segundos… para volver a nublarse, está también sintetizada la búsqueda que no tiene fin. (sigue en el spoiler)
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Y al final del film, el rengo con el ramo de flores vuelve a pasar, raudo, sin detenerse. El efecto se multiplica en otros planos, con los carteles declarando la pasión por la inalcanzable Laura de Petrarca, y otros “rengos”.
Guerín se libera de la historia, y se permite un juego casi adolescente admirando mujeres. Encuentra, sin embargo, el estado de gracia por sustracción: elimina lo superfluo, como las chucherías del vendedor ambulante, que son ridículas e innecesarias, como el circense sombrero que cubre del sol tibio al curtido hombre negro, y encuentra lo escencial.
La belleza como arquetipo, puede posarse efímeramente en distintas mujeres, en distintos momentos. Y es que parte del encanto de ese ideal que el artista busca, esa trascendencia que puede tener su obra si logra reflejarlo, tiene que ser su condición de que huye, de que se escapa… como las mujeres que corren huyendo de la cámara en la calle. Y la única que nos espera inamovible, como la irreal chica de un negro espectral en sus ojos, en su maquillaje, que no le huía la mirada en “Les aviateurs”, es la muerte…
No sabemos si a este artista le será concedido el don del milagro, si podrá o no atrapar en una página, en un lienzo, en una novela, o en un film una epifanía, una pincelada de lo divino y universal que la vida nos muestra fugazmente. Pero podemos disfrutar de la búsqueda, del goce de verlo insinuarse en las miradas, en los gestos, en la exquisita música, y en los juegos de la profundidad de campo de la lente, en esa interminable escena del bar del Conservatorio, cuyos últimos minutos son para mí uno de los mayores logros del cine… llena de significado, y sin una palabra… como el afiche de la parada del bus, y como luego le dice Pilar López al protagonista, shhh…
Guerín se libera de la historia, y se permite un juego casi adolescente admirando mujeres. Encuentra, sin embargo, el estado de gracia por sustracción: elimina lo superfluo, como las chucherías del vendedor ambulante, que son ridículas e innecesarias, como el circense sombrero que cubre del sol tibio al curtido hombre negro, y encuentra lo escencial.
La belleza como arquetipo, puede posarse efímeramente en distintas mujeres, en distintos momentos. Y es que parte del encanto de ese ideal que el artista busca, esa trascendencia que puede tener su obra si logra reflejarlo, tiene que ser su condición de que huye, de que se escapa… como las mujeres que corren huyendo de la cámara en la calle. Y la única que nos espera inamovible, como la irreal chica de un negro espectral en sus ojos, en su maquillaje, que no le huía la mirada en “Les aviateurs”, es la muerte…
No sabemos si a este artista le será concedido el don del milagro, si podrá o no atrapar en una página, en un lienzo, en una novela, o en un film una epifanía, una pincelada de lo divino y universal que la vida nos muestra fugazmente. Pero podemos disfrutar de la búsqueda, del goce de verlo insinuarse en las miradas, en los gestos, en la exquisita música, y en los juegos de la profundidad de campo de la lente, en esa interminable escena del bar del Conservatorio, cuyos últimos minutos son para mí uno de los mayores logros del cine… llena de significado, y sin una palabra… como el afiche de la parada del bus, y como luego le dice Pilar López al protagonista, shhh…