Partir de un hecho real, documentado y muy reciente en el tiempo tiene sus riesgos pero también sus ventajas.
La historia de un parapléjico que quiere acabar con su vida a toda costa implica, de principio, una historia apetitosa en todos los sentidos. El plantear un tema candente en nuestros días cómo es la eutanasia activa y su despenalización es comparable a la polémica que se puede dar con otros temas de gran calado en la sociedad como son el aborto y la pena de muerte.
Por tanto, con estos ingredientes el director intenta mostrar el punto de vista del protagonista pero, solamente de él (con el cual se identifica plenamente).
Es decir, los retratos que percibimos de los personajes que están contra la opinión a favor de la eutanasia quedan parciales y fáciles de “manipular”. O son fáciles de convencer de la postura de Ramón Sampedro o no son manipulables porque tienen la razón divina (nunca mucho mejor dicho con el papel del sacerdote parapléjico que acude a hablar con él).
El problema que nos encontramos con Amenábar es que él tiene claro lo que quiere mostrar y en lo que cree y el resto importa poco. No es parcial.

Las actuaciones del reparto son de un nivel alto, pero más que destacar el papel de Javier Bardem (al cual le ayuda mucho la caracterización y el tener un referente real dónde fijarse) que interpreta bien, destacaría a los actores secundarios .Grandes desconocidos, la mayoría, para el público nacional en el momento del estreno como Celso Bargallo o Mabel Rivera.
También es destacable la siempre eficiente y perfecta actriz Lola Dueñas, así como el salto valiente (en dicho momento) de Belén Rueda de rutilante estrella televisiva al siempre más exigente mundo del celuloide.
No puedo dejar de pensar durante ciertos momentos del metraje que estamos ante una película “Made in USA” (en este caso “Made in Spain”) de las típicas con el sambenito de “basada en hechos reales”.