Si Eduardo Punset y el Ministro Wert se fumaran alguna sustancia psicotrópica juntos en un after después de seis o siete horas de hardcore y megatrón y coincidieran en que acababan de leer la novela de DeLillo la conversación resultante no distaría mucho del nuevo trabajo de Cronenberg, directorazo capaz de enlazar peliculones con bodrios como pocos.
Narrativamente Cosmopolis es burda, torpe y absurda. Argumentalmente va más allá y roza lo patético. Interpretada de forma fría y ridícula, emulando el teatro del absurdo enlazado con Pirandello, aburre, se hace eterna y llega a irritar una barbaridad.
Un rico de Wall St. cambia sus planes porque necesita un corte de pelo. Se pasa todo el día camino de la peluquería entrevistando (y trincándose) a varios personajes igual de pedantes y rarunos que él. En el trayecto coincide dos veces con su asexual mujer millonaria, con el entierro de un rapero y con una manifestación tipo 15M pero con ratas muertas y pintadas chungas.
Robert Pattinson no se ha dado cuenta de que no ha nacido para el cine. Me parece el anti morbo absoluto, pero además es que es malo de cojones.
El resto del reparto, bochornoso. Una Binoche estirada revolcándose por el suelo de la limusina extra larga, una Morton hecha un truño y un Giamatti feo, cansino y patético bajo una toalla deshilachada.
Lo mejor: Que se acaba.
Lo peor: Es un disparate. Y sin gracia ninguna.
Plana y evidente parece rodada en una semana de resaca.