Abordar un tema polémico como el del aborto sin tratar de ofrecer un mensaje muy explícito, ya sea a favor o en contra, no es tarea fácil. Pero que además la acción se desarrolle en el marco de la dictadura comunista de Ceaucescu, sin que se realice una sola referencia directa a ella, supone además un importante ejercicio de sutileza narrativa.

El director rumano Cristian Mungiu es el el encargado de llevar a cabo todo ello logrando, a mi juicio, un resultado sobresaliente. Para ello se vale de una planificación basada en planos largos, en los cuales asistimos, como invitados de excepción, a situaciones opresivas para las protagonistas, además de intuir lo que les está sucediendo por dentro y observar también la falta de empatía y el egoísmo de algunos de los personajes que comparten plano con ellas. A este ambiente opresivo contribuye una fotografía en la que predomina el gris y la casi total ausencia de colores vivos. Su principal logro es que el espectador parece instalarse en la tristeza y en el miedo en el que parecen vivir los habitantes de esa oscura ciudad rumana en la que se desarrolla la acción.

Pero en medio de esa tristeza, miedo y opresión, brilla la amistad incondicional entre Otilia y Gabita, a pesar de los errores y la ingenuidad de Gabita y a pesar de que Otilia (magníficamente interpretada por Anamaria Marinca) será víctima de esos errores. Y todo ello precisamente en una ciudad en la que nadie se apiada de nadie.