Muy buena ambientación, un juego de cartas visuales bien llevado y una historia certera correctamente aplicada a la pantalla. Eso son los méritos que llevaron a Pa Negre a ser la gran triunfadora de los Goya 2010. Más allá de eso la historia es la que tantas veces nos han traído a la gran pantalla, la de los perdedores de la guerra civil y las heridas no cicatrizadas y espoleada por la lucha de clases. Las técnicas tampoco son nuevas sino más bien clásicas, el drama y la injusticia dentro de un metraje oscuro, rancio y que hiede a pobreza con un puñado de metáforas que tampoco rebosan imaginación (pájaro=libertad; púber=pecado) , con un par de subtramas ‘ñoñas’ que tratan de utilizar a los niños para enternecer, especialmente en la relación paterno-filial de los protagonistas, eso es casi todo. Rica en matices, dura, y con una atmósfera que se siente (las paredes desgarradas, las estancias polvorientas y los negros trajes deshilvanados son lo mejor de la película) es sin embargo una cinta que no llega a calar. La arquitectura del relato no está bien tramada, hay una mezcla de géneros imprecisos que desorienta al espectador, tampoco el ritmo narrativo es adecuado, no es lento, pero sí desapacible y el exceso de longitud del metraje se hace notar. En efecto la película parece muy buena en los detalles (la escena del principio del caballo precipitándose al vacío, sin duda queda prendida en la retina) pero que se ahoga en el contexto general, que araña pero no desgarra, que vocifera pero no grita, que enseña pero no sentencia y entre tanto las vicisitudes del niño Andreu y las revelaciones acerca del ‘fantasmagórico’ Pitorliua (otro de los aciertos de la película construyendo toda una trama en torno a un personaje sin presencia física) quedan vacías, o al menos desapercibidad. Está bien hecha pero no pasará a la historia.

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