No hace mucho, el gran Frank Langella, reveló que su papel más recordado y querido, es el de Skeletor, en ésta inofensiva película de una de las peores productoras de todos los tiempos: la Canon.

No es baladí su afirmación, (y más si tenemos en cuenta el tipo de producto al que está elogiando) si hay algo que merezca realmente la peli de éste producto ochentero de laca y neón, es su villano: Skeletor, con frases Hamlerians como "Yo he de poseer todo o no poseeré nada" o "Todo llega al que sabe esperar... Y yo he esperado tanto tiempo..."

Recuerda un poco a esa legendaria frase espetada por Hamlet a su madre "Debo ser cruel para ser amable". Y es que eso es lo que ofrece la película: momentos desternillantes por la cutrez de medios, (algo habitual en la Canon) y momentos donde Frank Langella es el único que ofrece algo de calidad a un producto destinado a vender más muñecos de Matel.

Ese ese contraste entre lo cutre y lo teatral, lo que le da encanto a la película que hoy parece que es de culto e incluso se habla de una nueva secuela.

Ni la película hace valer a la serie original en la que se basa ni pretende ser una obra de calidad. Sus personajes son tan estereotipados, (los malos son malísimos y cutres y los buenos son tan majetes que pecan de estúpidos) sutilezas las justas, sobre todo con ese Dolph Lundgren pasado de aceite, rayos UVA y clembuterol.

Lo dicho: una película para nostálgicos que deseen quitar el celofan y papel marché de sus espadas que se iluminaban en la oscuridad, mientras gritan "Yo tengo el poder..."

En fin: película cachonda con momentos interesantes por obra y gracia de Langella.