De primeras El Padrino es larga, aburrida a ratos y muy lenta. En El Padrino la acción transcurre con un ritmo constantemente plano, sin importar si se está cometiendo un asesinato o se esta celebrando una comida familiar. El ritmo siempre es el mismo, lento. Sin prisa pero sin pausa, como la vida misma.
Ahora agradezco esa lentitud, que te permite saborear cada palabra, cada gesto, cada mirada gelida de Michael, cada amenaza sutil de Vito. En El Padrino todo es muy real, tan real que disfruto contemplando esa fría lentitud, escuchando la fina banda sonora, épica, inimitable.
Pero donde El Padrino marca la diferencia es en el fondo de los personajes, muy en el fondo. En El Padrino no hay ni buenos, ni malos, en El Padrino hay personas, y es justo aquí donde El Padrino se convierte en una película que juega en otra liga, en la de la vida y las personas, no en la de las películas y los personajes.