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htouzon rating:
8
7.8
8,105
Documentary
A documentary that challenges former Indonesian death squad leaders to reenact their real-life mass-killings in whichever cinematic genres they wish, including classic Hollywood crime scenarios and lavish musical numbers. Anwar Congo and his friends have been dancing their way through musical numbers, twisting arms in film noir gangster scenes, and galloping across prairies as yodelling cowboys. Their foray into filmmaking is being ... [+]
Language of the review:
- es
July 10, 2018
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La película comienza con una breve explicación que sitúa al espectador en contexto: en la década de 1960, los militares derrocaron al gobierno de Indonesia y ordenaron la persecución y exterminio de los opositores. Así, más de un millón de “comunistas” (término utilizado por el gobierno para referirse a sindicalistas, campesinos, intelectuales e inmigrantes chinos, entre otros) fueron asesinados. Los encargados de llevar adelante el exterminio fueron grupos paramilitares y criminales que contaron con ayuda tanto interna (gobierno militar) como externa (potencias occidentales) y que hoy en día siguen teniendo ayuda del poder en su actividad de persecución de opositores.
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Nada más alejado del típico formato documental es lo que sucede luego de esta introducción. No hay entrevistas a sobrevivientes o parientes de las víctimas contando su historia, no hay voz en off narrando los terribles acontecimientos. Lo que hay es una consigna: el director les pide a los responsables de esos crímenes que “recreen” de manera audiovisual, con “libertad creativa” total, algunas de las matanzas perpetradas.
De esta manera, nos sumergimos en la vida diaria de los victimarios, en su afán por contar su/s historia/s. Conocemos el entorno, su relación con los demás ciudadanos, los vemos caminar libremente por las calles, idolatrados y temidos por igual. Conocemos su pasado como “gangsters” barriales y su rápido ascenso a mercenarios del gobierno militar. Accedemos a representaciones de distintos tipos de tortura física y psicológica. Los escuchamos conversar de manera distendida acerca de asesinatos y violaciones.
La ausencia de culpa o remordimiento por parte de los victimarios resulta el motor de este documental polémico que avanza y suma tensión a medida que las escenas de violencia aumentan en sadismo y crueldad, borrándose los límites entre ficción y realidad. Se recrean escenas con estéticas tan disímiles como el film noir y el musical, pasando por el cine clase B y las películas bélicas.
El fin de estas representaciones es doble: por una parte sirve como elemento lúdico que permite tratar temas sensibles en una población que aún no hizo un Mea culpa público, un país en el cual no hubo juicio alguno contra los genocidas. Esta premisa supuestamente banal resulta la mejor forma de acceder a la realidad pura del fenómeno ocurrido.
Por otra parte, la riqueza estética de estas representaciones, que incluyen desde escenas iluminadas al estilo noir hasta vestimentas coloridas salidas del musical clásico, evidencian la cercanía de la población de Indonesia con el cine y la cultura norteamericana y reflejan la intromisión de las potencias extranjeras en la política interna de Indonesia.
Es en estas representaciones aparentemente superficiales donde surge el elemento real que justifica la premisa inicial. Los actores de esta farsa cobran un aspecto corpóreo y brutal, hay asesinos despiadados, hay víctimas de todas las edades, hay corridas, gritos y llantos de niños que perduran incluso después de que se escuche la palabra “corten”. Se trata de representaciones que también funcionan como catarsis en una población pobre y poco instruida, fuertemente manipulada por los medios de comunicación.
Sobre el final queda la amarga sensación de que probablemente no se haga justicia. De que nunca sabremos si la escena final en la que uno de los “gangsters” llora y vomita frente a cámara diciendo que no podrá volver a recrear una escena de tortura es parte de una nueva representación. Lo que si sabemos es que por más representaciones que se lleven a cabo, no habrá conciencia real del fenómeno hasta que no se haga justicia por tales aberraciones a los derechos humanos. Mientras tanto, los asesinos siguen caminando por las calles, presentándose a elecciones y manejando el rumbo del país.
De esta manera, nos sumergimos en la vida diaria de los victimarios, en su afán por contar su/s historia/s. Conocemos el entorno, su relación con los demás ciudadanos, los vemos caminar libremente por las calles, idolatrados y temidos por igual. Conocemos su pasado como “gangsters” barriales y su rápido ascenso a mercenarios del gobierno militar. Accedemos a representaciones de distintos tipos de tortura física y psicológica. Los escuchamos conversar de manera distendida acerca de asesinatos y violaciones.
La ausencia de culpa o remordimiento por parte de los victimarios resulta el motor de este documental polémico que avanza y suma tensión a medida que las escenas de violencia aumentan en sadismo y crueldad, borrándose los límites entre ficción y realidad. Se recrean escenas con estéticas tan disímiles como el film noir y el musical, pasando por el cine clase B y las películas bélicas.
El fin de estas representaciones es doble: por una parte sirve como elemento lúdico que permite tratar temas sensibles en una población que aún no hizo un Mea culpa público, un país en el cual no hubo juicio alguno contra los genocidas. Esta premisa supuestamente banal resulta la mejor forma de acceder a la realidad pura del fenómeno ocurrido.
Por otra parte, la riqueza estética de estas representaciones, que incluyen desde escenas iluminadas al estilo noir hasta vestimentas coloridas salidas del musical clásico, evidencian la cercanía de la población de Indonesia con el cine y la cultura norteamericana y reflejan la intromisión de las potencias extranjeras en la política interna de Indonesia.
Es en estas representaciones aparentemente superficiales donde surge el elemento real que justifica la premisa inicial. Los actores de esta farsa cobran un aspecto corpóreo y brutal, hay asesinos despiadados, hay víctimas de todas las edades, hay corridas, gritos y llantos de niños que perduran incluso después de que se escuche la palabra “corten”. Se trata de representaciones que también funcionan como catarsis en una población pobre y poco instruida, fuertemente manipulada por los medios de comunicación.
Sobre el final queda la amarga sensación de que probablemente no se haga justicia. De que nunca sabremos si la escena final en la que uno de los “gangsters” llora y vomita frente a cámara diciendo que no podrá volver a recrear una escena de tortura es parte de una nueva representación. Lo que si sabemos es que por más representaciones que se lleven a cabo, no habrá conciencia real del fenómeno hasta que no se haga justicia por tales aberraciones a los derechos humanos. Mientras tanto, los asesinos siguen caminando por las calles, presentándose a elecciones y manejando el rumbo del país.