Empezaban a correr malos tiempos para la épica, la clásica aventura épica y John Huston, uno de los grandes, adaptó y extendió con gran éxito el relato del escritor indo-británico Rudyard Kipling, coprotagonista a la misma vez en la cinta e interpretado por Christopher Plummer. Desarrolló la historia original de Daniel Dravot (Sean Connery) y Peachy Carnehan (Michael Caine), dos suboficiales del Imperio Británico con más ansias de conquista y grandes logros personales que sincera devoción por el uniforme y la patria a la que dicen servir. Su poca honorabilidad les lleva a la India, un país enorme con tierras aún por descubrir, recién tutelado por un Imperio con los mismos deseos de conquista que Dravot y Carnehan.
La tentativa de fortuna comienza en un tren con Peachy y un robo. Su encuentro con Kipling, redactor de un periódico local, tiene un punto de casualidad desacertada que, rápidamente, Peachy reconduce a sus intereses. En realidad, no es más que la persona que esta peculiar pareja creen necesitar para que sus potenciales laureles tengan validez una vez sean alcanzados. Kipling advierte de la locura que sus nuevos conocidos pretenden realizar, los cuales obvian cegados por sus miras de grandiosidad. No obstante y tras ejercer de notario con la firma de un documento por todas las partes, les hace entrega de un colgante con simbología masónica, un detalle agradecido que termina por ser determinante. Su suerte parece echada.

La arriesgada expedición es un viaje a la utopía más egoísta de dos cazafortunas que emprenden por cuenta y riesgo una aventura suicida. La descripción de ambos y su ánimo de gloria cubre el argumento de tintes codiciosos con ligeros toques tragicómicos, y como un boomerang, la cúspide de los logros es una suerte que se va tan rápido como viene, más si lo material se mezcla con lo divino. El maestro Huston hace de Connery y Caine, magníficos en sus roles, dos reyes sin gracia divina estampados en su propio regocijo, aunque siendo justos y sin desvelo de motivos, la suerte de estos golfos sin auténtica malicia habría sido una ignorancia mejor aprovechada si, como todo buen apostante, hubiesen sabido (los dos) cuándo plantarse.

Una obra imprescindible en la filmografía de su director, de sus actores y de la historia, como narrativa de una epopeya tan vistosa como lúdica y digna de varios aprendizajes proverbiales muy aprovechables sobre su trayecto y resultados.