Sugerente, nada autocomplaciente y bastante disfrutable a pesar de algunas limitaciones. Su profunda distopía orienta hacia un futuro profético, sabemos hoy, que poco acertado en el presente y esperemos que lo menos en el mañana, en un 2022 más vistoso en intenciones apocalípticas que en demostraciones físicas. Es llamativo que en su puesta en escena no haya sido capaz de abandonar su ambiente setentero, nótese especialmente en la decoración o hasta en esa máquina recreativa del espacio en la que la dulce e inocente Shirl (Leigh Taylor-Young) se divierte, por más que la idea sea atrevida. De todos modos, el asunto estético es un maquillaje que no ensombrece el propósito.
Superpoblación, falta de oportunidades, desigualdad subyugante, un calor permanente y... ¡Soylent Green! Un producto alimenticio que es la piedra angular como síntesis, detrás del cual se esconde todo cuanto de pernicioso conlleva en la ficción, así como de advertencia social en el contexto de la época. Heston, como el detective Thorn, apostando de nuevo por un género y una historia audaz, que lidia entre fábula y realidad futura, o al menos, esa era la intención promocional: crear conciencia. No obstante, sus controvertidos planteamientos ampliamente debatibles, oscilando entre lo moral y lo pérfido, siguen vigentes hoy día.

Último trabajo, por cierto, del genial Edward G. Robinson. Tal vez, en una premonitoria escena final.