Deja sensaciones bastante contradictorias. Por una parte, es innegable su impecable factura técnica a la altura de los hechos descritos. Por otra, el drama no contagia lo suficiente. Debería hacerte mucho más complice pero sólo a ratos lo logra. El vínculo emocional con algunos de los personajes llega antes por la épica y lo insólito de las imágenes que por lo que tratan de transmitir algunos de los que están a buen recaudo -con la excepción de Keira Knightley como Jan Hall, que a pesar de encontrarse a montones de kilómetros parece ser la única que esté allí-. Casi en exclusividad Jason Clarke, quien con su personaje (Rob Hall) al mando de una de las expediciones, es quien lleva la mayor parte del peso de la historia y, con ello, el principal hilo conductor para lograr transmitir gran parte de todas esas relativamente congeladas emociones.
La tragedia sabes que se cierne sobre los protagonistas desde el mismo momento de arrancar la aventura -es una historia real así que no hay factor sorpresa- y su director trata de hacer el difícil equilibrio en este tipo de cintas entre acción y drama que tan solo consigue a medias. La parcial pérdida de fuerza narrativa en buena parte de la expedición se compensa con la fácil empatía que se logra sobre el sufrimiento de los personajes a través del tortuoso camino de vuelta y, por supuesto, la belleza incomparable de muchas de las imágenes.