No se puede decir otra cosa de este maravilloso entredós de documental y ficción. Hoy en día tenemos la suerte de poder asistir a una renovación de la estética de la memoria que representa toda la corriente neorrealista a través del tiempo y la mitificación: voces en uno u otro sentido, discutibles o no; pero clamando una revisión que es la base misma de la memoria como interacción del pasado con el presente, en continua formación a su través.

Esto es lo que nos ofrece Rossellini: una revisión de la catástrofe y la ruina; una simple mirada, intencionadamente parcial y fragmentaria; en persecución de un yo colectivo de otro tiempo que se asoma a un Berlín descompuesto en alma y forma. En tiempos como estos —¡qué diablos! ¡en cualquier tiempo humano posible!— es casi una urgencia asistir a espectáculos como el que supone un visionado de Alemania año cero.

No se me ocurre otra manera de terminar esta breve nota que intercediendo ante ti, al estilo de Calvino en sus prólogos: por favor, espectador: siéntate, deja el móvil y cualquier otro entretenimiento accesorio bien lejos y sumérgete en la hora y cuarto que es esta obra de arte tan necesaria para tu tiempo.

Y rúmiala. Destrózala para volver a armarla. Deconstruye, critica. Y piénsala.