Tras bordear el filo de la navaja con "Señales" (2002) y rozarlo con "El bosque" (2004), llegó "La joven del agua". Esa película con la que M. Night Shyamalan caminaría durante noventa minutos, sin herirse, por el cortante filo de esa navaja. En verdad las heridas se las produciría un par de años más tarde, pero de eso hablaremos otro día.
"La joven del agua" es la película de Shyamalan que solo yo entendí. Y amé. Aunque cada vez me encuentro con más gente a la que le apetece subirse a mi barco. ¡Ay! Ojalá hubierais subido entonces, granujas.
La cinta se establece como fábula barra leyenda barra cuento de hadas de tintes fantásticos. Y como tal hay que juzgarla. Un trabajo además en el que Shyamalan se muestra, no ya como un tipo que detesta la zona de confort, sino como uno al que le importa un rábano lo que diga la gente. Tanto a nivel argumental como en la realización hay riesgo, y donde hay riesgo hay esperanza. Ello acaba derivando en un producto tan imperfecto como osado, claro. En ningún momento "La joven del agua" es redonda, ni siquiera está a la altura de las cuatro obras anteriores de su autor. Pero es que creo que tampoco pretendía jugar en esa liga.
Habré visto ya "La joven del agua" como mil veces, ese pasatiempo de altura que M. Night Shyamalan hizo para una selecta minoría.