Dune es de esos proyectos que no pueden pasar desapercibidos. Una las obras de ciencia ficción más comentadas, vendidas y estudiadas, que ha buscado desde los 70s un lugar en el cine como una de las grandes franquicias del género seguramente al lado de Star Wars. Alejandro Jodorowski hizo el primer intento de ponerlo en pantalla, un proyecto de largo desarrollo que no dio a luz por el constante aumento de presupuesto, le siguió el aclamado David Lynch que lo adaptó en 1984 y fue un desastre crítico y financiero, Denis Villeneuve se encarga de esta nueva adaptación que con algunas bajas y muchas altas reivindica el enorme valor de la saga.

Villeneuve como director de ciencia ficción con “Arrival” y “Blade Runner 2049” ha ido perfeccionando un estilo en el género cargado con mucha personalidad que toma distancia de las formas narrativas convencionales en este tipo de películas y es en Dune donde ha podido llevar todas estás ambiciones a la realidad, la película se siente majestuosa, recuerda a las obras clásicas del cine épico. A nivel visual, técnico, sonoro y artístico, la cinta es toda una proeza desafortunadamente poco valorada hoy en día en tiempos de streaming y efectos visuales desmedidos.

Dune pasa de la constante y frenética acción y la manipulación emocional común en estas cintas y se centra en presentar un universo majestuoso, a pesar de su larga duración, el ritmo si te atrapa se mantiene arriba, el reparto abarrotado de estrellas deja sabor a poco con varios personajes que no se desarrollan bien, pero no es el caso de sus protagonistas, Timothée Chalamet y sobre todo Rebecca Ferguson, los cuales brillan actoral y narrativamente y se marcan un inmenso crecimiento narrativo y espiritual.

Funciona como abrebocas de proporciones épicas de una ambiciosa franquicia, puede llegar a incomodar a un público en búsqueda de algo más convencional, sin embargo, gran su magia depende de esa autenticidad que transpira escena a escena.

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