Para ciertas cosas se vale o no, y una de ellas es dirigir un thriller no procedimental con indefendibles -y oportunistas- guiños a 'Fargo', 'True Detective' y 'Twin Peaks' -la primera temporada-. Para quienes estén enganchados al hype actual del género -en su vertiente americana, no nórdica- esos son los tres espejos a los que conviene mirarse si quieres abordar una miniserie de detectives mínimamente decente. Por desgracia, Cesc Gay ('Truman', 'Una pistola en cada mano') no es un realizador habituado a tratar con crudeza el género criminal como Nic Pizzolatto, ni parece capaz de generar tanto interés alrededor de una muerte como Lynch y Frost hicieron con Laura Palmer -cierto es que la televisión de hoy en día, asediada por la viralidad de las redes, no puede generar el mismo factor sorpresa que la de los años 90-, y desde luego Gay adolece de la misma credibilidad que Noah Hawley para imitar con solvencia el espíritu jocoso de los Hermanos Coen. Esa inoportuna ocurrencia de emplear una presentación similar a la de 'Fargo', cambiando Minnesotta por Andorra, es de juzgado de guardia, y no ayuda tampoco a paliar la sensación de que 'Félix' es un quiero y no puedo, un tibio relato detectivesco donde la sobreactuada interpretación de Leonardo Sbaraglia -su sonrisa nerviosa acaba agotando, al igual que un permanente gesto de confusión- se ahoga ante las dos únicas bazas por las que realmente vale la pena pararse en esta miniserie: un gañanazo (y formidable) Pere Arquillué y la preciosa gatita Lucy, ejerciendo ambos como unos robaescenas natos. Y eso que a Hitchcock ni siquiera le gustaba rodar con animales.