Una década después del conflicto en Bosnia, una madre e una hija intentan sobrevivir en Sarajevo, pero las heridas de la guerra no están cerradas, e hipotecan la vida de ambas a sus secretos y mentidas.

Se trata de un drama familiar con todas las de la ley, la madre malvive trabajando en una discoteca e intenta ahorrar para el viaje escolar de su hija, pero los fantasmas del pasado se le aparecen en su cotidianidad y la incapacitan para la felicidad y el amor.

Pese a ser un drama, el film mantiene la sobriedad y no es más lacrimógeno que lo estrictamente necesario, además evita la utilización flashbacks con truculentas imágenes de guerra y dolor, centrándose en la realidad de madre e hija y sus demonios.

Las cicatrices de la guerra no solo se encuentran en la espalda de la mujer, sino también se observan en el conjunto de un país aquejado por el paro y la pobreza, una sociedad enferma por las mafias y una juventud cargada de odio y violencia. A pesar de esto, la directora nos presenta un pueblo con intención de pasar página, que quiere cantar y bailar, y donde aparecen brotes verdes de solidaridad y amor.

Es posible que cinematográficamente hablando la película esté excesivamente premiada con el Oso de oro en el Festival de Berlín, pero quizás el jurado quiso homenajear a las mujeres reales que el film intenta retratar. En mi opinión, el papel de Europa en el conflicto de Bosnia es vergonzante y encuentro bien que como mínimo reconozcamos el dolor de las víctimas.

Por lo que he leído la repercusión del film sobrepaso lo estrictamente cinematográfico en Bosnia donde se reconoció a las mujeres violadas entre 1990 y 1992 el estatus de víctimas de guerra.