Hay que decirlo de una vez. Roland Emmerich es el peor director del cine contemporáneo norteamericano. El peor. Los presupuestos que ha manejado este tío y los proyectos de una envergadura colosales no merecían los resultados más paupérrimos de la historia en calidad-precio.

En su filmografía nos cambia la época, los lugares, los actores... y sin embargo siempre nos ofrece la misma mierda. Es una pena, porque la Prehistoria es un periodo fascinante, en especial la edad de los metales, pero Emmerich, carente de talento, se propone en convertirlo todo en un refrito de las películas ya vistas mil veces. Su imaginación es tan débil que hace los guiones con su sobrino los domingos por la tarde mientras le tira obleas a los patos en el estanque.

Y ni siquiera le podemos dar el beneplácito de querer hacer una película de aventuras de corte épico. Esto no es más que una metáfora de la OTAN, liderada por un militar anglosajón que limpia Oriente Medio de dictadores islámicos. Las referencias son más que evidentes.

He visto todas las películas de Emmerich, y con esta pensé que quizás pudiera tener una nueva oportunidad. Me equivoqué. No me volverá a pasar. Hasta nunca Roland. D.E.P.