Esta es la historia de un género cinematográfico. Un género que, aunque a veces marginado por sus compañeros, siempre ha tenido la habilidad de hacer grandes cosas (aunque, por desgracia para él, también muy malas). Nuestro género presumía de ser muy gracioso, y hacía gala de su humor innato para encontrar multitud de parejas en busca de su media naranja. Algunas de las historias de amor que resultaron de su búsqueda fueron dignas de una epopeya; otras, sin embargo, resultaron aburridas y faltas de esa «chispa» que toda gran relación amorosa lleva implícita consigo. Sin embargo, después de tantos años, a nuestro género cinematográfico le pareció que, quizá, no estaba buscando en el lugar adecuado. Tantas y tantas historias de amor en carne y hueso…

Y entonces sucedió. Se encontró con un chico vergonzoso, introvertido y -algo- rarete que, como si tuviese la intención de romper con todos sus esquemas, se había enamorado… ¡de una muñeca de silicona! -antropológicamente bastante lograda, todo sea dicho-. La historia de Lars (así se llamaba aquel chico) no estaba demasiado alejada de los estándares de una relación amorosa cualquiera (al menos, claro, para él). Sin embargo, todas las personas que le rodeaban tuvieron que, por el cariño que le procesaban a aquel tímido chico, acoger en sus vidas a aquella dama sintética. La historia de Lars se transformó, entonces, en una historia de amor y aceptación por los cuatro costados. Una historia -quizá- no excesivamente «vanguardista», pero ideada bajo una premisa completamente revolucionaria.

Entonces lo supo. En la comedia romántica aún no está todo escrito.