Este fue el primero (y único en blanco y negro) de los cinco westerns que rodaron juntos el director Anthony Mann y el actor James Stewart. Seguramente sea el mejor de su fructífera asociación, contando con un excelente guión de Borden Chase y Robert L. Richards basado en una historia de Stuart N. Lake.

La acción se desarrolla a través del seguimiento vinculante del rifle que da título a una película en la que Mann reserva dos pequeños papeles secundarios para Tony Curtis y Rock Hudson, dos futuras y rutilantes estrellas de Hollywood.

La economía de medios y la concisión narrativa son verdaderamente ejemplares, como también lo es su aspecto visual con una magistral composición de planos tanto en exteriores como en interiores, por no hablar de su inigualable utilización de unos escenarios de suma belleza que repercuten en las emociones de los personajes.

Al margen de un espléndido James Stewart, las actuaciones de intérpretes de la talla de Shelley Winters, Dan Duryea o John McIntire son de primer orden, dentro de un diverso catálogo de complejas personalidades que van mucho más allá de los simples héroes habituales del western.

El retrato y la evolución psicológica de los caracteres son ciertamente notables, acercándoles a tipologías de cine negro, mientras que la creciente tensión de su apasionante trama no da lugar al más mínimo respiro en un film que aborda (al margen de la búsqueda del rifle) asuntos como la obsesiva venganza y los conflictos familiares.