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Adrián Esbilla rating:
8
Action. Drama. Thriller In what was originally intended to be the ultimate chapter in the crime film saga, citizen groups and the law begin fighting back against the Yakuza clans whose bloody rivalry is coming to a climax... a climax that could cost mobster Shozo Hirono his life.
Language of the review:
  • es
August 10, 2009
6 of 6 users found this review helpful
Cuarta entrega de la esencial saga “The Yakuza Papers” que desata los elementos latentes en “Proxy war”, con la guerra entre bandas arrasando Hiroshima y la reacción policial, provocada sobre todo por la proximidad de las olimpiadas de Tokyo en 1964, y ciudadana ante la desquiciada escalada de violencia callejera y la necesidad de mantener las cosas dentro de un orden (curiosamente Fukasaku daría al año siguiente la visión de la misma época desde el punto de vista de la policía en “Cops vs. Thugs” con Bunta Sugawara cambiado de lado pero igual de insobornable). Se extrema el carácter de crónica de sucesos y el tono documentalista con una enumeración constante y vertiginosa de cafradas que ayudan al espectador a no perderse entre la complejidad de las relaciones y la velocidad de las acciones, con la puesta en escena de las escaramuzas callejeras más salvajes jamás vistas (atención a la nariz rebanada), con los actores y la cámara poseídos por una especie de euforia demente que les hace moverse entre espasmos y berridos. Pese a que la cantidad de personajes y peripecias esté en el límite de lo manejable, Fukasaku se arregla para no perder el carril de la historia, equilibrando la calma y la furia y recuperando el pulso vivaz y frenético en el retrato de la época, los clubes, las calles y los tipos, esos “gangsters” de traje y camisa hawaiana, amenazadores y estúpidos, terroríficos y descerebrados, mangoneados por unos jefes mezquinos, cobardes y traicioneros, además de añadir detalles tan sutiles como el sugerido enamoramiento homosexual entre dos de los matones o apuntar (aunque luego no lo desarrolle) algo sobre el papel de la prensa y la figura del “yakuza” como celebridad social. No falta el humor negro, ni la ironía, sobre todo por que tanta matanza no vale para nada tal y como simboliza ese cierre soberbio, una conversación en la cárcel entre el cansado Hirono y Takeda (el estiloso Akira Kobayashi), con un frío que pela y los pies descalzos, reflexionando sobre el cambio de los tiempos y desnudando la miseria y falta de honor al que ha quedado reducido su oficio, todo mostrado con una sencillez y hondura que extirpa cualquier tipo de romanticismo o mitificación.
Adrián Esbilla
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