Narra la odisea del grupo de exploradores capitaneados por el coronel Kurtz, perdón, Lope de Aguirre, a través del Amazonas en busca del legendario Dorado. Con un minimalismo extremo, una fotografía tan oscura (parece que no usaron iluminación) como atractiva, una banda sonora casi inexistente (a parte de las melodías del menda indígena), largos silencios, actuaciones de todo a euro y diálogos de lobotomía frontal.

Se gana el título de “película de culto” por méritos propios. Gracias a que Herzog y Kinski pudieron acabarla antes de matarse mutuamente, podemos gozar una especie de “Holocausto Caníbal” a lo germánico, con dos de las muertes más bizarras que el que escribe haya visto jamás (y qué cosas he visto). Relato sobre la ambición, la codicia y la autodestrucción consecuente del ser humano, aderezado con estupefacientes. Un lisérgico Klaus Kinski con mirada perdida y gesto fuera de contexto, como siendo partícipe de una conversación con las voces de dentro de su cabeza, su actuación es tan inclasificable como la propia película, pero se adaptan la una a la otra de forma camaleónica. No tengo claro si es un jodido genio o un maldito hijo de perra.

Película bizarra, drogota, imposible de recomendar, enloquecedora, pero con duende oculto. Tiene algo inexplicable que hipnotiza, quizás la mirada demente de Kinski, o sus movimientos erráticos y de balanceo como una cobra a punto de envenenar a todo el que ose visionar esta obra que se codea con la locura. ¿Es acaso la cólera de Kinski?