Esta es la historia de un niño que no quería crecer. Pero cuando lo hizo, utilizó como vía una muñeca hinchable. En serio.

Cuando una película lleva a cabo un profundo estudio de las personalidades de sus personajes, y desarrolla en ellos una evolución natural (que no por ello poco traumática), estamos hablando sin duda de una buena película. Ya ocurrió con filmes como "Seabiscuit" o "El velo pintado." En "Lars y una chica de verdad" asistimos precisamente a esto, a un trabajo encomiable a nivel estructural, actoral y de desarrollo psicológico.

Lars es una especie de Don Quijote, obra que por cierto es referida de soslayo en la película, que vive en un entorno quimérico en el que se le hace imposible relacionarse con personas de verdad y, sobre todo, con las del otro sexo. Por ello, debe escapar de su situación de una manera muy poco convencional.

Poco a poco, descubriremos que sus complejos derivan de muchas causas. A veces será culpa de los demás, otras del propio Lars. Pero, lejos de estancarse, nuestro protagonista caminará hacia delante con todo lo que tiene para sacar su vida del pozo en el que se encuentra.

Para ello contará con la ayuda de secundarios de lujo. Personas tan amables como su hacendosa cuñada (Emily Mortimer), una doctora comprensiva (Patricia Clarkon), o un hermano que necesita redimirse (Paul Schneider). Y es que todo el pueblo destila bondad y deseo de ayudar; desde el sacerdote hasta los amigotes peor paridos.

En fin, una lección de cariño, de cómo deberíamos tratarnos unos a otros a superar nuestros miedos y complejos. Una muestra de comprensión y respeto... fabricada con PVC.