Dreyer es un cineasta con renombre entre los del gremio cinematográfico. Yo soy solo un espectador que tan solo ha visto poco más de 1000 películas a lo largo de mi corta vida. Dreyer me aburre solemnemente.

No obstante, he tratado con ahínco de captar el encanto del director. Su metodología parece matemática. Los actores se mueven con precisión y muy lentamente. Los planos parecen cuadros al óleo, y eso sin duda llama mucho la atención. Pero a la vez da un aire encorsetado a la trama.

En cuanto al argumento, esta mujer ha tenido la mala suerte de tener una historia fallida con un artista que le ha marcado de por vida. Y ese trauma ha arrastrado a dos hombres… Sorprende la libertad con la que Dreyer suelta esta historia en una época en que el mundo estaba censurado, año 1964.

El final es bastante triste y apesadumbrado, con ese testamento sobre su tumba y averiguar que esta señora jamás rehizo su vida. Por suerte, la vida real no es así. La vida que Dreyer imagina no ocurre ni en los teatros.