Todos agradecemos a los guionistas cuando intentan innovar en algo, sobre todo con el fin de entretenernos y no solo para ponerse medallas de las que luego nadie se acuerda. Pero ¿dónde está el límite para que algo sea diferente y no sea rocambolesco?

Esa es la primera pregunta que deberían haberse hecho Wright y los suyos. Se trata de un bólido, con un ritmo frenético tratando de contarnos un cuento para adultos desde el prisma de una niña que descubre todo por primera vez. Este viaje iniciático a su manera ocurre sin solución de continuidad y no todo tiene el sentido que debiera.

De repente vemos cómo Hanna atraviesa continentes y cambia de temperaturas sin una explicación ya no solo coherente, sino lógica. Es bastante complicado empatizar con los personajes cuando uno no conoce sus motivaciones vitales. Y aquí de eso poco porque todo está centrado en la pura acción.

Esa mínima construcción de los personajes es un ancla para la película, que a pesar de contar con unas aceptables interpretaciones (a destacar la frialdad propia de los rasgos de Ronan) no consigue que aceptemos la historia como un vehículo de acción.

Volviendo al comienzo, es loable que se intente hacer algo distinto sobre todo en estos tiempos de sequía de guiones originales y lleno de secuelas imposibles. Solo hace falta pulir un poco más las bases para crear un modelo a seguir.