"Cosmopolis" es un ejercicio de estilo tan imponente como absurdo, tan innecesario como relevante, tan verborreico como sustancial. Tiene dos vertientes, y mientras para los detractores tendrá una lectura negativa, para los amantes de la literatura de De Lillo seguramente tenga otra mucho más condescendiente.

Yo particularmente me encuentro entre los primeros, considerando su obra bastante grandilocuente, y por extensión una película como ésta en la que sus diálogos deberían saltar la línea argumental para calar en nuestro subconsciente. Sin embargo, el conjunto es tan solo una amalgama de ideas inconexas que carecen de valor al aparentar no tener un sentido propio. Se suceden, sin tiempo para que asienten sus conceptos, las historias dentro de una grandiosa limusina que se asemeja a una burbuja en la que vive el protagonista, y que le mantiene totalmente alejado de la realidad que le rodea.

Y si finalmente la película consigue algo de los espectadores, sin duda no será por la plana dirección de Cronenberg, sino por la labor de Pattinson, que parece haber interiorizado de memoria el papel de vampiro atormentado de "Crepúsculo", y lo aprovecha en esta ocasión para construir un personaje que tiene a su alcance todo lo que desee,pero que también tiene un grave problema existencial. Lo demás es puro ejercicio de estilo.