Nos llega una nueva entrega de la vida y obra de este actor / humorista llamado Adam Sandler. No nos debemos equivocar al ver la película: él es el centro de todo y lo que pase a su alrededor no importa si no tiene nada que ver con él.

Y el caso es que todo esto no es en absoluto malo. Parece (y de hecho lo es) que todo lo que toca lo convierte en oro. Su fórmula es siempre muy parecida, en roles aparentemente despreocupados, que tienen la vida encauzada y casi todo les va bien. En realidad, ¿para qué tocar o cambiar algo que funciona? Mejor que se quede como está.

Pero no sólo de Sandler vive la película. Aniston contribuye poniendo sus sosas caras y muecas como supuesto contrapunto inteligente. Ni atisbo de una personalidad que le ponga trabas a la locura de historia que le está presentando su jefe. Es una lástima que su (sobreactuada a propósito) hija tenga mas registros que ella. Por su parte Decker luce todo lo que tiene para deslumbrarnos, que no es poco.

Mención aparte para la robaescenas de la película: una irreconocible Nicole Kidman, que cada día se parece menos a Nicole Kidman, aparece para intentar despertar a Aniston, que en aquel momento ya ha echado un par de cabezadas. No sale demasiado, pero se lleva la atención siempre que lo hace. Reinventarse o morir, que diría aquel.

Inverosímil a todas luces, utiliza recursos facilones para narrar una historia de amor mil veces vista. Aún así, yo por lo menos ya puedo contar mil y una.