Toda historia tiene al menos dos puntos de vista desde la que ser contada, y como tal depende del cristal a través del que se mire. “La seducción” juega con esta dualidad para presentar una historia en la que hay múltiples lecturas y puntos de vista.

La película nos ofrece pocos personajes pero muy definidos, capaces de parecer una cosa y ser otra diferente. Todas las chicas se encuentran en un ecosistema propio, alejado de la batalla pero no exento de su peligro. Y como todo ecosistema cerrado, varía sensiblemente cuando un elemento externo entra en él. Farrell interpreta a ese soldado enemigo que, malherido, llega a la mansión. Y es ahí donde la película da un pequeño giro como las vidas de las chicas y profesoras. De repente, todo su mundo se tambalea y aparecen las dudas, las tensiones, los deseos. Y los personajes revelan una cara nunca antes vista, una naturaleza escondida que llevará a tomar drásticas decisiones.

Por momentos, viendo a Kidman, uno recuerda con cierta nitidez la película “Los otros”. Una mansión en medio del bosque, la niebla que lo cubre todo, niñas a su cargo y una personalidad arrolladora. Todos estos elementos los tiene en común con su personaje en la película de Amenábar. Aquí no hay misterio, pero sí ese aire de cine clásico, con una mirada estética muy cuidada. Coppola es experta en esto, planos que reflejan la belleza del entorno y que parecen vacíos, pero que en el fondo son reflexivos. En el camino ha tenido algún que otro tropiezo (“Somewhere”), pero en general resultan atractivas e incluso algo hipnóticas.

Y es que en el fondo “La seducción” tiene la virtud de ser perturbadora, de mostrar escondiendo siempre una carta, creando en el espectador una sensación de no estar seguro de lo que va a pasar, además de mostrar la brutalidad del ser humano que varía según las circunstancias no se sabe si por casualidad o porque siempre estuvo latente.