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KesheR rating:
10
8.2
26,863
Western
Morton (Gabriele Ferzetti), the power-hungry owner of a railroad company, hires Frank (Henry Fonda), a gunfighter without a conscience, to kill anyone who stands in the way of the completion of the railroad. After Frank murders land owner Brett McBain (Frank Wolff), McBain's widow (Claudia Cardinale) hires two killers of her own to protect her and gain revenge: a mysterious, harmonica-playing desperado (Charles Bronson) and his rogue sidekick (Jason Robards). [+]
Language of the review:
- es
August 21, 2010
21 of 24 users found this review helpful
Bienvenidos a la Danza de la Muerte. Bienvenidos a una de las mayores obras de arte del siglo XX.
El tiempo pasa despacio en el desierto, despacio y con una intensidad contenida pero aplastante. El viento arrastra polvo que se posa en nuestros párpados mientras sostenemos la mirada; una armónica rasga el aire con un quejido que llora y amenaza en el cálido atardecer. Los rayos de sol previos al crepúsculo se arrojan sobre el peñasco, el arbusto y la choza, iluminándonos, iluminando a los eternos contendientes del Lejano Oeste, iluminando esta coreografía de odios, avaricias y ambiciones. El tren silba a lo lejos, una mosca revolotea en torno a alguna nariz, un caballo resopla, un molino cruje siniestramente, una cañería deja caer una rítimica gota, los grillos se desgañitan sin razón aparente. Alguien escupe y alguien levanta el ala de su sombrero, alguien adelanta un pie y alguien flexiona los dedos, alguien sonríe y a alguien se le empapa la frente de sudor, alguien tiembla y alguien se queda rígido. Durante unos segundos el escenario se paraliza y los contendientes no son más que formaciones naturales del desierto, arbustos o rocas, parte del paisaje. Pero el espejismo no dura demasiado tiempo; la brutalidad de los tiempos que nos ha tocado vivir nos obliga a actuar. Los grillos dejan de cantar. Es la hora de danzar. Es la hora de morir.
Entonemos ahora una oración a la Sagrada Trinidad de "Érase una vez el Oeste": Sergio Leone, Ennio Morricone y Tonino Delli Colli. (En la parte de spoilers, pero tranquilos, no los hay.)
El tiempo pasa despacio en el desierto, despacio y con una intensidad contenida pero aplastante. El viento arrastra polvo que se posa en nuestros párpados mientras sostenemos la mirada; una armónica rasga el aire con un quejido que llora y amenaza en el cálido atardecer. Los rayos de sol previos al crepúsculo se arrojan sobre el peñasco, el arbusto y la choza, iluminándonos, iluminando a los eternos contendientes del Lejano Oeste, iluminando esta coreografía de odios, avaricias y ambiciones. El tren silba a lo lejos, una mosca revolotea en torno a alguna nariz, un caballo resopla, un molino cruje siniestramente, una cañería deja caer una rítimica gota, los grillos se desgañitan sin razón aparente. Alguien escupe y alguien levanta el ala de su sombrero, alguien adelanta un pie y alguien flexiona los dedos, alguien sonríe y a alguien se le empapa la frente de sudor, alguien tiembla y alguien se queda rígido. Durante unos segundos el escenario se paraliza y los contendientes no son más que formaciones naturales del desierto, arbustos o rocas, parte del paisaje. Pero el espejismo no dura demasiado tiempo; la brutalidad de los tiempos que nos ha tocado vivir nos obliga a actuar. Los grillos dejan de cantar. Es la hora de danzar. Es la hora de morir.
Entonemos ahora una oración a la Sagrada Trinidad de "Érase una vez el Oeste": Sergio Leone, Ennio Morricone y Tonino Delli Colli. (En la parte de spoilers, pero tranquilos, no los hay.)
SPOILER ALERT: The rest of this review may contain important storyline details.
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Spoiler:
Creo en un Sergio Leone, cineasta único e inmediatamente reconocible,
cenit del spaghetti western,
mirada única y épica, cargada de belleza, sobre el Lejano Oeste.
Creo en un solo compositor de spaghetti western, Morricone,
capaz de hacer temblar el desierto con una épica wagneriana,
capaz de ensalzar hasta la gloria eterna las imágenes de Leone:
compositor para director, director para compositor.
Melodías que son como ecos tribales
que emanan de la tierra pedregosa,
violentas cuando tienen que serlo,
bellas hasta la lágrima en cualquier ocasión.
Bendito sea Henry Fonda
que aquí deja a atrás sus papeles de niño bueno y se convierte en el memorable villano;
bendito sea Charles Bronson (quién lo diría)
que da inquietante vida al Ángel Exterminador, acojonando con su sobrenatural armónica.
No menos bendito sea Jason Robards
y perdonemos a la Cardinale no poder estar a la altura;
suframos Síndrome de Stendhal ante los títulos de crédito, ese orgiástico ballet minimalista,
y sufrámoslo también ante la primera y única escena de la familia McBain,
un prodigio de tempo cinematográfico, de tensión,
culminada de forma alucinante con la aparición de Fonda y la música de Morricone;
explotemos de placer ante el duelo final,
la especialidad de Leone para sus gourmets.
Creo en Tonino Delli Colli,
director de fotografía,
que nos deslumbra con sus tonos ocres,
que formando un equipo insuperable con Leone,
convierte sus imágenes en cuadros impresionistas del desierto,
y nos anima a imprimir y enmarcar sus fotogramas.
Creo en el cine,
que es capaz de dar a luz obras como ésta.
Confieso que hay comparación posible
entre esta película y cualquier obra de arte de los libros de texto.
Espero la resurrección de Leone
o bien que surja algún sucesor a la altura (o bien que Tarantino haga un Western).
Amén.
cenit del spaghetti western,
mirada única y épica, cargada de belleza, sobre el Lejano Oeste.
Creo en un solo compositor de spaghetti western, Morricone,
capaz de hacer temblar el desierto con una épica wagneriana,
capaz de ensalzar hasta la gloria eterna las imágenes de Leone:
compositor para director, director para compositor.
Melodías que son como ecos tribales
que emanan de la tierra pedregosa,
violentas cuando tienen que serlo,
bellas hasta la lágrima en cualquier ocasión.
Bendito sea Henry Fonda
que aquí deja a atrás sus papeles de niño bueno y se convierte en el memorable villano;
bendito sea Charles Bronson (quién lo diría)
que da inquietante vida al Ángel Exterminador, acojonando con su sobrenatural armónica.
No menos bendito sea Jason Robards
y perdonemos a la Cardinale no poder estar a la altura;
suframos Síndrome de Stendhal ante los títulos de crédito, ese orgiástico ballet minimalista,
y sufrámoslo también ante la primera y única escena de la familia McBain,
un prodigio de tempo cinematográfico, de tensión,
culminada de forma alucinante con la aparición de Fonda y la música de Morricone;
explotemos de placer ante el duelo final,
la especialidad de Leone para sus gourmets.
Creo en Tonino Delli Colli,
director de fotografía,
que nos deslumbra con sus tonos ocres,
que formando un equipo insuperable con Leone,
convierte sus imágenes en cuadros impresionistas del desierto,
y nos anima a imprimir y enmarcar sus fotogramas.
Creo en el cine,
que es capaz de dar a luz obras como ésta.
Confieso que hay comparación posible
entre esta película y cualquier obra de arte de los libros de texto.
Espero la resurrección de Leone
o bien que surja algún sucesor a la altura (o bien que Tarantino haga un Western).
Amén.