El problema de las series de televisión hoy en día es que todas intentan parecer una película. Oye, que eso está muy bien y el nivel sube notable, pero lo que me gusta de Dos chicas sin blanca es que no tiene ninguna pretensión: durante sus escasos 20 o 22 minutos de duración puedes sentarte y tragarte la moralina barata que nos venden (el valor de la auténtica amistad, lo bonito de alcanzar tus sueños por ti mismo...) sin tener que concentrarte demasiado. No solo eso, sino que además cuenta con escasa continuidad entre episodios y suficientes elementos surrealistas y personajes estereotipados y monofuncionales como para hacer que sea agradable al espectador. Si además esperas reminiscencias del presente, prepárate para oir un montón de chascarrillos sobre la cultura hipster. Y un último consejo: no se te ocurra verla doblada.