Es admirable que a su avanzada edad Eastwood siga al pie del cañón, entregando una media de película por año, y en este caso también actuando de protagonista. Pero la dirección elegante no basta para justificar que una historia mínima se alargue hasta las casi dos horas, ni para ocultar un argumento endeble: "Soy un anciano sin blanca que apenas se mantiene en pie. Antepuse el trabajo a mi familia, y ahora mi hija ni siquiera me habla. He sido un desastre como padre y como marido. Voy a dedicarme a transportar kilos de coca de un estado a otro, que el tema se paga bien, ahí hay dinero, y así ya de paso consigo redimirme y reconciliarme con los míos".

El viejo no se achanta ante nadie, y escupe brillantes réplicas a los malos -todos latinos, cómo no-. En varias escenas aparece disfrutando de los servicios de señoritas de compañía, demostrando que tampoco le teme a un infarto. Es un abuelo incorregible. Su dilatada experiencia le ha aportado una sabiduría serena y práctica, un conocimiento que le permite salirse con la suya en momentos de peligro. Me alegro mucho, pero uno preferiría ver más de un secundario desaprovechado como Andy García, que apenas tiene minutos en pantalla, y menos de ese anciano charlatán.