Espías británicos están siendo asesinados; la investigación conduce al agente 007 a Nueva Orleans.

Roger Moore se estrenaba comprometido con la causa, Paul McCartney aportaba la canción y Guy Hamilton volvía a dirigir. Moore hacía gala de sus aires de bon vivant, encarnando a un Bond irónico y desenfadado en el que todavía se apreciaba el legado de Connery. El personaje aún poseía una capa de dureza de la que se iría desprendiendo conforme avanzara la saga. En cuanto al argumento, se conoce que en aquellos tiempos la blaxploitation estaba de moda, cosa que aprovecha la película para plantear una curiosa combinación de vudú, magia negra y narcotráfico; un rollo raro.

La chica (Jane Seymour) es una pitonisa que pierde sus poderes tras yacer con el héroe. El villano es un magnate de la heroína que utiliza la superstición para aterrorizar al pueblo; su secuaz tiene un garfio en lugar de brazo. Aparece un sheriff natural de la América profunda, un paleto corto de entendederas que se supone debería hacer gracia. Lo más memorable: la icónica escena de los cocodrilos, en la que el especialista se jugó la vida. Por lo demás, el film continuaba el imparable proceso de infantilización de la franquicia iniciado entregas atrás.


- Pero no podrías hacerlo. No lo harías. No después de lo que hemos hecho.
- Bueno, ciertamente no te habría matado antes.