Un presentador deprimido anuncia su intención de suicidarse en directo.

Sidney Lumet dirigió un magnífico guion de Paddy Chayefsky, preñado de excelentes diálogos, con un tono casi documental, prescindiendo prácticamente de música y ayudándose de unos actores en estado de gracia. Aborda temas como la degradación de los medios de comunicación, la falta de ética en el periodismo, la influencia del dinero en el mundo actual, la alienación de las masas o el poder de la tele.

Si te preguntas por qué cada vez que enciendes el televisor, da igual el canal que pongas, sólo encuentras basura, esta película te explica la razón, ofrece una teoría de cómo podría haber empezado todo. Se trata de una sátira cautivadora, un film coral que presenta una buena galería de personajes: el veterano y honesto productor (William Holden), el presentador enloquecido convertido en gurú y fenómeno social (Peter Finch), el ejecutivo sin escrúpulos (Robert Duvall), o la joven ambiciosa e implacable a la que da vida Faye Dunaway.

Recuerdo especialmente la escena en que se afirma que ya no existen las naciones o la democracia, que sólo existe el dinero, el sistema monetario, las grandes corporaciones, las leyes inmutables de los negocios; que el mundo es un inmenso negocio donde el idealismo no tiene cabida. Un monólogo inspirado que todavía conserva validez.