May 27, 2008
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Muchas películas envejecen, pero, aunque parezca mentira, hay algunas que rejuvenecen. Suele tratarse de aquellas que denuncian algún fenómeno social que, con el paso de los años, no sólo no desaparece o se atenúa, sino que se incrementa, con lo que dicha denuncia cada vez es más actual. Es el caso, por ejemplo, de "El gran carnaval", una farsa trágica sobre el periodismo sensacionalista que, en nuestros tiempos de "realitys" y programas cardíacos, se revela todavía más feroz —y más necesaria— que cuando se estrenó en los cincuenta. Y también de "El candidato", un film de los setenta que nos muestra cómo una campaña electoral no es más que un catálogo de golpes de efecto y eslóganes vacíos de contenido, y cómo este sistema corrompe desde dentro las iniciales buenas intenciones del novato en política; algo que, como decíamos, no es patrimonio exclusivo de otros tiempos ni de un solo país.
Si temáticamente la película es muy moderna, en cuanto a la forma muestra una inconfundible estética de su década —tanto en la caracterización de los actores, como en el tipo de luz y de montaje—, aunque en este caso, esto no constituye ninguna rémora, ya que el estilo, muy fragmentado y parecido al del reportaje, se adecúa perfectamente a la historia. Repasando la filmografía del director, es difícil encontrar otro título de interés; más bien parece que esta película pertenece por completo al imaginario de Robert Redford —ahí está "Leones por corderos" para insistir en la temática— y no me parece improcedente pensar que, de haberse filmado unos pocos años después, el propio actor hubiese asumido la dirección.
Uno de los aspectos más destacados —incluso los miembros de la Academia se dieron cuenta— es el guión, velocísimo y elíptico que, con muy breves y certeros trazos, nos informa de las estrategias de campaña, de la relación del protagonista con su mujer, su padre, sus colaboradores, sus antiguos colegas… Redford realiza aquí una de sus mejores interpretaciones, y el hecho de que se encuentre en el zénit de su belleza física beneficia a la película, en cuanto también nos habla del poder de la imagen en la política. Le acompaña el siempre perfecto Peter Boyle —inolvidable monstruo de "El jovencito Frankenstein"— que, en su papel caricaturesco de jefe de campaña es, como Bela Lugosi en "Glen o Glenda", el gran demiurgo que mueve todos los hilos. Los títulos de créditos nos informan de muchos personajes conocidos en su país, básicamente periodistas, interpretándose a sí mismos; a quién sí puede identificar el público europeo en este rol es a Natalie Wood.
Estamos, pues, ante una estupenda película sobre los entresijos de la política, lo que la lleva a emparentarse con títulos como "Ciudadano Bob Roberts", "La cortina de humo" o "Silver City", demostrando todas ellas que el cine americano, cuando quiere o cuando le dejan, también tiene un gran capacidad crítica respecto a su sistema político.
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