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Spain Spain · Barcelona
Quim Casals rating:
10
Drama A singular work in film history, Chantal Akerman’s Jeanne Dielman, 23, quai du Commerce, 1080 Bruxelles meticulously details, with a sense of impending doom, the daily routine of a middle-aged widow — whose chores include making the beds, cooking dinner for her son, and turning the occasional trick. In its enormous spareness, Akerman’s film seems simple, but it encompasses an entire world. Whether seen as an exacting character study or ... [+]
Language of the review:
  • es
December 15, 2022
12 of 26 users found this review helpful
Debo dar las gracias a la famosa encuesta de ‘Sight and Sound’ en torno a las mejores películas de la historia del cine y que en la edición de 2022 ha tenido a “Jeanne Dielman…” como la más votada, porque ello me ha servido de motivación para verla por fin y no he podido quedar más satisfecho: vivo el éxtasis de haber asistido a una lección de cine en su estado más puro.

Porque no hay pureza más alta en el arte que las formas deviniendo fondo. Cuando por cómo se cuenta lo que se cuenta se cuenta a su vez lo que no se cuenta. Es el rasgo que distingue a los grandes creadores, preguntarse y responder a las cuestiones de visualidad (qué imagen se muestra), temporalidad (cuando se cambia una imagen por otra) e interdependencia (qué relación o dialéctica mantienen las imágenes entre ellas).

Es de esta manera que las personas interesadas en el lenguaje del cine comprendemos por qué Welles abre “El proceso” con un plano secuencia en el interior del cuarto de K., con ligeros picados que muestran un bajísimo techo, el significado del único travelling de “Cuentos de Tokio” o, que en “Ordet”, donde abunda una cámara ceremoniosa que envuelve a los personajes y su mirar –fijan su atención en un punto y la cámara se desplaza hacia allí– en la mirada de una niña a su madre yaciente se produzca un corte directo.

Así igualmente, Chantal Akerman toma una decisión creativa arriesgada, provocadora, renovadora y, ante todo, de una gran valentía, invitándonos a compartir un tempo dilatado en una crónica minimalista que nos muestra con extrema minuciosidad a una ama de casa –viuda, con un hijo y que también ejerce la prostitución a una hora de la tarde– realizar sus rutinas diarias. Siempre con planos fijos, son tres jornadas que representan consecutivamente el orden, la disparidad y la culminación del conflicto interior, del ahogo existencial que supone la dualidad refugio/cárcel en un mismo espacio vital. La composición es magnífica, jugando con las diferentes proporciones de los encuadres, las repeticiones y los reencuadres dentro del plano, a través de pasillos o puertas, con acciones mostradas en toda su laxitud de tiempo real combinadas con frecuentes elipsis y planos muy breves. Con esta apuesta formal el relato deviene reflexión sobre sí mismo, instigando al público a pensar sobre lo que ve mientas vive una experiencia inmersiva. Delphine Syering ofrece un recital de contención donde cada minúsculo matiz adquiere un suprema relevancia expresiva, logrando que empatizemos con su sentir de una manera milagrosa.

Unos pocos ejemplos cazados al vuelo de la sutilísima depuración sintética de la puesta en escena. Las dos primeras veces que abre la puerta para vender su cuerpo el plano nos la mostrará con la cabeza cortada y habrá una elipsis ante la puerta del dormitorio. La primera vez que haya de entrar en la cocina porque la comida al fuego se ha echado a perder, la cámara se situará significativamente en el ángulo opuesto al que estado cada vez que entraba antes. La veremos primero empanar la carne como una danza, bien peinada, con semblante risueño y gestos armoniosos, en el equilibrio de un acto que empieza y termina con la mesa vacía y limpia. Cuando más adelante pele las patatas, no se mostrará la acción en su totalidad y el rostro fruncido y despeinado y los gestos delatarán un gran nerviosismo. La habremos visto coser, relajada, contorneándose con la música de la radio y compartiendo el plano con el hijo para ver cómo le queda la prenda; posteriormente, tras un plano que muestra la separación de las dos estancias del salón, con madre e hijo en cada una y, en un ángulo distinto al de la primera vez, no podrá concentrarse para coser mientras le molesta la canción de la radio. Del interior del cuarto de baño, con la vista frontal de la bañera mientras se baña o la limpia, pasaremos a verlo desde el exterior a través de la puerta solo entreabierta… Son, en definitiva, constantes rimas visuales, consonancias y disonancias que, sin música y apenas diálogos, tejen el sentido de las imágenes en el reino absoluto de la imagen.

No quiero extenderme en cuanto al debate generado por la encuesta. No me han sorprendido las reacciones adversas, sino su virulencia extrema. Jamás había visto arrojar tanta rabia y tanta bilis, no ya por esa primera posición, tratada como un tongo, sino considerando la película misma como carente de cualquier valor y un insulto al cine. ¿Es por el argumento? La capacidad de convertir en materia dramática lo que a nadie antes se le ocurrió me parece una genialidad. ¿Por las formas? Si el cine es un arte, lo es porque maneja infinidad de códigos estéticos y narrativos. Mucho me temo que la matriz del problema viene por otro lado. Hay hoy, y debemos celebrarlo, un compromiso de reparación del silenciamiento histórico al que se ha sometido el cine dirigido por mujeres. Quienes encuentran “sospechoso” que ahora se rescaten del olvido los mejores de estos títulos no parecen percibir que lo sospechoso es que durante tantas décadas permanecieran olvidados. La mentalidad según la cual distinguir o premiar el cine realizado por mujeres ha de obedecer necesariamente a razones extracinematográficas tiene un nombre.

Para mí no hay dilema. La “mejor” película de la historia simplemente no existe. Lo que hay son muchas grandes obras y estas listas nos abren a algunas de ellas. Y, si un determinado número de personas coloca en su lista particular de las 10 mejores una película que considero una obra maestra absoluta y que además posee una incuestionable relevancia histórica, francamente no veo que exista razón alguna para quejarme.
Quim Casals
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