Hay un problema en EL PIANO, la película; y es que desde un primer momento parece buscarse emparejar a Holly Hunter y a Harvey Keitel a todo trance. Puede que Sam Neill no supiera lograr de ninguna forma el amor de Ada, o que el magnetismo animal de George Baines, analfabeto y patán al principio, si es que de eso se trata, le resulte infranqueable a la protagonista; pero es como si directora y guionistas hubiesen optado libremente, en cualquier caso, por pasar por encima de tres o cuatro puntos indispensables. Luego, además, el meollo: una mujer que se aviene a poner su cuerpo, a cambio de un precio, a disposición de un hombre. Circunstancia que, según y cómo, no pocas instituciones, no pocos grupos, definirían con una palabra de no demasiada buena prensa.
No obstante, es EL PIANO una historia con dos interpretaciones extraordinarias, la de la madre y la de la hija, y con otro personaje que, majestuoso, se eleva por sobre puntos, meollos y malas prensas. La música. La maravillosa música de Michael Nyman, que, de tanto en tanto, abre heridas, como un hacha, en las almas de los propios y en corazones de los extraños.