A casi todos nos gusta el Cine Negro. Y Cisne negro. A casi todos nos gustan Lana Turner y Veronica Lake, que estuvo genial en Me casé con una bruja. A casi todos nos gusta el olor del napalm por la mañana. Pero, a la contra, alabando de L.A. el andamiaje, que es robusto; alabando a Guy Pearce, que no se olvida de Sammy Jankis; alabando a un Russell Crowe que reparte a diestro y siniestro y a Kevin Spacey, en ocasiones siniestro y casi siempre diestro, saco a colación, como yerros del buen Homero, como borrones en el expediente inmaculado, las fallas de algunos diálogos, la inconsistencia del papel de Danny DeVito, el halago hiperbólico hacia la insulsa Basinger y, por supuesto, primero que nada, la estupidísima teatralidad de la escena del concejal despelotado y pistolero.
Cosas todas a haber eliminado, o pulido, antes de sentarse en laureles de ninguna clase. Igual que se eliminan o se pulen cosas en aquellos que se operan para parecer estrellas de Cine.